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“Capitón: lecturas analíticas”, surge de un punto de encuentro entre deseos, que tienen  su anclaje en el psicoanálisis.  El punto de capitoné es un elemento que Jacques Lacan toma de la colchonería: “(…) un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad”.
Punto de capitón, punto de almohadillado, o también, punto de basta; es lo que permite que una frase, hecha de elementos significantes (palabras), cobre sentido por efecto de retroacción. Esto implica que el efecto de significación, el significado, sólo se constituye al finalizar una oración.
Esta página, es nuestro punto de basta.  Nuestro capitón. Orientados por nuestro deseo, un deseo que encuentra diferentes soportes materiales (libros, cine, temas de actualidad, etc.), la escritura constituye el punto de capitonado que re- significa el material leído y analizado; y al mismo tiempo invita a una nueva construcción (sobre lo escrito y lo que ha de escribirse).

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Lo femenino: entre lo mal dicho y lo maldecido

  • Capitón
  • 14 jul 2019
  • 7 Min. de lectura

“La mujer es más recóndita que el camino por donde en el agua pasa el pez”

O. Masotta



En un viaje por Roma, ocurrió el encuentro con la historia de la donna adúltera, aquella que relata lo ocurrido a una mujer infiel, su castigo y su perdón divino. El acontecimiento produce un efecto de interrogante, de disparador que nos invita a dialogar, a pensar. No pudimos evitar la pregunta: ¿Qué se ha dicho a lo largo de la historia sobre las mujeres? ¿De qué manera se ha hablado de lo femenino? Estas preguntas nos enfrentaron a pensar de qué hablamos, cuando hablamos de lo femenino. ¿Se trata de género? ¿De anatomía? La donna adúltera nos cuestiona sobre aquello que trasciende, a modo de una alteridad radical a la mujer; a aquello que se presenta siempre como un más, como un extravío.

Sin intenciones de abarcarlo todo, y por lo tanto, sin pretender hacer historia de las mujeres en las diferentes épocas, recordamos aquellas antiguas, (no por ello menos presentes), formas de definir lo femenino: locas, brujas, inmorales, etc.; o aquellas otras que intenta situar algo vía lo masculino: “pasivas”, “frágiles”, el conocido “sexo débil”. También están las palabras de las mujeres sobre lo femenino, lo que cada una ha pensado, creído, incluso elaborado por medio del análisis. Poemas, novelas, testimonios; todos los soportes, para finalmente, no poder decir algo que valga como definición universal. La experiencia clínica también revela lo que las mujeres dicen sobre sí mismas, asumiendo, en ocasiones la voz feroz del superyó que las injuria cada vez que algo de una experiencia fuera de la regla (la suya, la del otro, la social), se presenta, principalmente en lo que atañe al terreno de la sexualidad. Encontramos así la referencia a la “puta”, ese ultraje de su buen nombre en diversas ocasiones: si siendo mujer de un sólo hombre disfruta del sexo, si la frecuencia con que lo quiere hacer es muy seguido, si es muy accesible a la demanda de los hombres, si el número de hombres con los que mantiene relaciones es mucho, el adulterio, etc. Pero la exclusión de lo femenino también se esconde en formas que nada tienen que ver con la difamación: las figuras de la santa y la diosa, por ejemplo son modos de mantenerlo a distancia de cualquier participación mundana.

Estamos frente entonces, a un imposible, y como consecuencia, la difamación. Recordamos, en relación a ello, lo que el psicoanalista J. Lacan, transmitía a la altura de su Seminario 20 “Aún”: “A ella se la mal - dice mujer, se la almadice (on la dit-femme, on la diffame). Lo más famoso que de las mujeres ha guardado la historia, es lo más infame que puede decirse”. Pensamos en esta cita, la trabajamos, y le dimos nombre a este escrito haciendo uso de la homofonía que permite el lenguaje, que en francés une la palabra femenino con difamación; y en español, la maldición, con el mal decir. A lo femenino se lo mal dice, (se lo dice mal), y por lo tanto, se lo maldice, convirtiendo a lo femenino en un asunto de segregación.


Malditas, mal - dichas

La historia demuestra que lo femenino fue maldito de diversas formas, según cada época. Así, por ejemplo nos encontramos con la beata dolores,´la última mujer víctima de la inquisición.

Entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera, acusadas de brujería, y otras tantas fueron torturadas y enviadas al destierro. Las brujas eran mujeres de ciencia, que ponían en práctica conocimientos heredados sobre plantas medicinales o ungüentos caseros, con lo que prestaban un importante servicio a la comunidad, pero molestaban a las élites eclesiásticas, políticas y académicas y por ello fueron perseguidas y asesinadas. Las brujas se definían por una doble característica: eran alienadas sexuales e instigadoras de pasiones no naturales; y por ello, fueron responsabilizadas de las grandes epidemias, como la sífilis. Dios abatía su ira por el pacto que estas mujeres tenían con algo de naturaleza extraña, a lo cual le debían su destreza. La aniquilación del cuerpo, aseguraría contra aquella fuerza que habitaba en ellas y provocaba actos inmorales. Se autorizó así, una de las mas grandes persecuciones de la historia con el fin de realizar una purga de las “endemoniadas seductoras”. El Malleus Maleficarum, el libro más terrible de la inquisición, se convirtió en la justificación y autorización, para las prácticas de torturas de las cuales las mujeres fueron víctimas, entendiendo, que la fragilidad de las mujeres, y su credulidad las acercaba a prácticas demoníacas.

A la Beata Dolores se la describe como una mujer bella, de capacidades de seducción de las que nadie podía abstraerse. Abandonó a su familia, católica, y desde allí comenzó una serie de relaciones amorosas con diversas figuras del ámbito religioso, principalmente, confesores. Fue, además acusada de bruja, de mantener un pacto con el diablo y de tener capacidades de adivinación (era ciega, y por ello, podría acceder a otras verdades). Fue denunciada por uno de los clérigos con quien había mantenido una relación, y aunque intentó demostrar su inocencia apelando a su matrimonio con Dios, fue condenada a la hoguera. Murió arrepentida, confesando sus pecados, en la horca.

La filosofía también ha arrojado sus maldiciones sobre lo femenino al mal decirla. Schopenhauer, por ejemplo no dudó en hablar de la inferioridad de la mujer respecto al hombre, situándola además, como el lado “más imprevisible de la naturaleza del creador”. Para la mitología griega,por ejemplo, la mujer es una condena que Zeus, que por una venganza caprichosa, condenó al hombre a vivir con una mujer, interrumpiendo así, la comunión perfecta entre los dioses y los hombres. Platón , por su parte, afirmaba que los hombres cobardes se encarnan en el mundo, como mujeres.

¿Qué hay entonces desde Freud? Releyendo las conferencias y textos que le dedica a lo femenino, no pudimos evitar encontrarnos con la conclusión de que finalmente, desde la historia, incluyendo en ella al psicoanálisis freudiano, la mujer siempre ha sido definida desde “el fantasma masculino”: la mujer vista desde, y por los hombres.

Freud tuvo sus dificultades para decir algo de lo femenino sin considerar a la mujer desde lo masculino, quedando entonces reducida a lo imaginario de su cuerpo, a la anatomía. La diferencia anatómica entre los sexos, tener, no tener pene; tendrá consecuencias en el desarrollo psíquico del sujeto.

El complejo de Edipo, mito al que acude Freud para explicar la asunción de la sexualidad y todas sus vicisitudes, termina equiparando lo femenino con la maternidad, reconociendo como salidas alternativas, la homosexualidad o el alejamiento permanente de la vida sexual.

En uno de sus últimas conferencias, reconoció no poder responder la pregunta “¿que quiere una mujer?”, haciendo de lo femenino un continente oscuro.

Pareciera que no bastaba para el creador del psicoanálisis decir que lo femenino se define por un superyó débil y su dificultad en la relación pre-edípica con la madre. Lo femenino no se podía reducir a las tres salidas del complejo de Edipo, había además, algo de cierta infinitud en lo que refiere a su declive. Encomendó la tarea a las mujeres analistas y analizantes que le siguieron, creyendo que allí podía encontrar el universal “para todas, esto vale”.

También fue Freud, quien pudo hablar de “repudio a lo femenino” para referirse al final de análisis, y su punto incurable que llamó “la roca de la castración”. Ese punto oscuro, que se presenta como una alteridad radical para ambos sexos, constituye su “dark continent”. Fue él, quien luego de años de silencio, le devolvió la palabra a las mujeres padecientes de sus cuerpos enfermos y sintomáticos, en su escucha atenta y analítica de la histeria. Hay esta doble vertiente en Freud, que requiere de todo un ejercicio de lectura para no perder de vista su legado.


La infidelidad es estructural

Lacan hace del dark continent freudiano, un continente oscuro para todos. No se trató de una imposibilidad freudiana, sino de un enigma para cada ser hablante. Le dio el nombre de goce femenino. Pero, ¿Qué es el goce femenino? Tiene el estatuto de una satisfacción momentánea, pero que se siente como una infinitud, y que en determinadas circunstancias asume un aspecto displacentero. Parafraseando a J. Lacan, es una sensación vívida que no se puede nombrar, va más allá de la palabra, y que tampoco puede ser localizado en una zona precisa del cuerpo. Las experiencias del goce femenino, no se reducen a la mujer, pueden ser experimentadas por hombres. ¿Cómo lo escuchamos en la clínica?, a través de frases como “no sé qué me pasó”, “como que me ausente de mí misma/o”, “no sé”; es una sensación de extrañeza donde el lenguaje pierde su eficacia. El goce femenino puede ser definido como lo más íntimo que hay en nosotros pero que se presenta siempre como una alteridad, y por ello Lacan lo pensó como lo extimo. Es en este punto donde no hay lazo posible con el otro, lo que autoriza a hablar de una infidelidad estructural, es decir un punto de soledad, donde el otro se vuelve relevo para alcanzar la satisfacción.

Como de ese goce nada puede decirse, se lo mal- dice, maldiciendo. La violencia es una de las formas, que encontramos en la actualidad frente a lo incalculable. El psicoanálisis nos permite pensar a la agresividad como el rechazo absoluto de lo que hay de diferente en la propia unidad narcisista. Cuando algo de lo irreductible aparece, es cuando se produce el pasaje al acto violento. Golpear, se traduce como buscar lo que no se puede simbolizar o articular con palabras, sobre sí mismo. Será machista todo aquel, que pretende borrar, la diferencia que la feminidad encarna; el acto machista culpabiliza a la mujer de aquello que no permite que haya lazo, complementariedad, cuando en realidad, es un hecho de estructura. No es la mujer la responsable del “no hay relación sexual”, sino lo femenino que habita tanto en hombres como en mujeres.


Lucas Veron

Leila Koch

 
 
 

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