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“Capitón: lecturas analíticas”, surge de un punto de encuentro entre deseos, que tienen  su anclaje en el psicoanálisis.  El punto de capitoné es un elemento que Jacques Lacan toma de la colchonería: “(…) un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad”.
Punto de capitón, punto de almohadillado, o también, punto de basta; es lo que permite que una frase, hecha de elementos significantes (palabras), cobre sentido por efecto de retroacción. Esto implica que el efecto de significación, el significado, sólo se constituye al finalizar una oración.
Esta página, es nuestro punto de basta.  Nuestro capitón. Orientados por nuestro deseo, un deseo que encuentra diferentes soportes materiales (libros, cine, temas de actualidad, etc.), la escritura constituye el punto de capitonado que re- significa el material leído y analizado; y al mismo tiempo invita a una nueva construcción (sobre lo escrito y lo que ha de escribirse).

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El analista entre la consagración y la excomunión.

  • Capitón
  • 3 mar 2021
  • 15 Min. de lectura

La “estofa” de un psicoanalista

“No hay analista si ese deseo no le adviene,

Es decir, que ya pasó por ello, el sea el desecho

De la susodicha humanidad”

Jacques Lacan


¿Cómo llega una persona a saber de la existencia del psicoanálisis? Hay quienes se analizan y saben del psicoanálisis aunque no estén en relación con el ámbito psi.

Pero en su mayoría, los psicoanalistas son el residuo de la carrera universitaria de psicología y psiquiatría. Podrían pensarse como el objeto desecho del discurso universitario, o para ser más precisos, del discurso del amo y sus ideales de salud.

En “psicoanálisis y medicina”, Lacan ubicó al psicoanálisis en un lugar de marginalidad y extraterritorialidad; marginal porque como Freud mismo reconoció, el psicoanálisis ha sido una peste en sus comienzos, asociado al oscurantismo y prácticas supersticiosas, (no hay que hacer mucho esfuerzo para entrar hoy en día en algunas discusiones donde esto se sigue presentando); y extraterritorial porque fueron los mismos psicoanalistas quienes se localizaron en un espacio fuera del ámbito médico o psi, sin que ello implique la completa soledad de no poder dialogar con otros discursos, sino para preservar el discruso analitico en su verdadera especificidad.

Miller al hablar de la carrera de un analista (porque hay una carrera que comienza en el análisis personal y culmina en el advenimiento de un analista), la define como una carrera de fracasados, aunque hay que reconocer, que se trata de fracasados que saben hacer del fracaso un éxito. ¿Quienes mejor para la defensa del inconsciente que aquellos que fracasan? Por estructura, el psicoanálisis encuentra en cada fracaso una oportunidad para una transmutación en el ser. Carrera de analista y lógica de la cura se asocian de este modo intrínsecamente.

Claro está que no alcanza con decir que los analistas son el desecho de otro discurso para justificar la elección por el psicoanálisis. Alguien dijo alguna vez, que el psicoanálisis es un modo de vivir la pulsión. Excelente frase que condensa que solo hay particularidades en la elección, porque después de todo, elegir el psicoanálisis es un modo de vida. Algunas de esas razones son conocidas: la concepcion de sujeto que sostiene, las imposibilidades que teoriza, y la causa que propone. También está que la palabra sea en él, el único y valioso instrumento (no se vale de ningún tipo de ejercicio a modo de indicación terapéutica), y entonces, como la recordada Anna O. piden ser escuchados por alguien. Los otros motivos son singulares y por lo tanto no hacen un todo. La única raza en la que no es posible decir hay “los analizantes”, solo hay radicales diferencias. Y los analistas, que se agrupan bajo este reconocimiento, tampoco conforman un universal, porque como ya veremos el deseo del analista, deseo vacío por excelencia, es también singular.


Hay que pagar con el propio ser


En “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Lacan compara la posición del analista con la del muerto en el juego del Bridge. La función del muerto en dicho juego es la de permitir o habilitar al declarante para que juegue sus cartas; lo cual se asemeja a la función del analista que permite que el analizante despliegue su inconsciente en sesión.

En este juego de dos parejas, uno de los cuatro jugadores —el llamado “declarante”— recibe la ayuda de su compañero que está en el “lugar del muerto” y cuyas cartas se colocan en la mesa cara arriba dejando que sea el declarante quien las juegue con las suyas. El muerto no juega pues sus cartas aunque puede advertir a su compañero si su juego infringe alguna de las reglas de la partida. Lacan señala que “el analista se adjudica la ayuda de lo que en ese juego se llama el muerto, pero es para hacer surgir al cuarto [jugador] que va a ser ahí la pareja del analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, por medio de sus bazas, en hacerle adivinar la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación, que impone al analista la prenda de la partida en el análisis.”

Lacan también refiere en este punto a Bion que pensaba al analista “sin deseo y sin memoria”, lo cual lo sitúa como desprovisto de los efectos del inconsciente, y recuerda inmediatamente al consejo freudiano de “recibir a cada paciente como si fuera la primera vez”.

Fue este un punto algido en las discusiones analiticas de la época: la consideración o no de la contratransferencia dentro del tratamiento analitico. Lacan se muestra absolutamente en contra de que el analista se sirva de los efectos que produce el paciente en él, para la dirección de la cura, y propuso para ello no olvidar los pilares fundamentales de la formación establecidos por Freud: la lectura de los textos, la supervisión de los casos y el análisis didáctico.

En el juego de cuatro lugares que Lacan sitúa en su esquema L —el Sujeto, el otro, el Yo y el Otro—, el analista deja a su Yo en el lugar del muerto en el registro de lo imaginario para que, a su vez, el Sujeto deje al suyo de lado y pueda surgir para él el lugar del Otro, el inconsciente, el cuarto jugador, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico.

En este mismo texto Lacan se muestra sumamente crítico frente a las prácticas en las que se propone como meta, la identificación final del analizante con la persona del analista. ¿Cómo podría un analista ofrecerse como modelo de bienestar para un paciente? La IPA creyó encontrar la respuesta en la formalización de lo que se considera “la carrera analitica” y que Lacan denunció como “tráfico de autoridad”. Análisis didácticos con analistas didactas que se encontrarían a salvo de los efectos del inconsciente, cantidad de horas necesarias de análisis, nombres y apellidos prestigiosos con quién supervisar, cuantas veces, y cómo. Un tribunal decidirá si hay un analista en cuestión y su capacidad para llevar a cabo una escucha que se ofrezca como soporte y promesa de felicidad.

La perspectiva de Lacan es otra, a tal punto de reconocer que el analista sólo se autoriza a sí mismo, lo que claramente, no impide que haya una formación y un modo de dar cuenta de los efectos de su análisis.

No hay dudas que es a nivel del ser del analista donde el análisis toma su nivel operatorio, pero Lacan eligió otro modelo para pensar de qué está hecho ese ser: el modelo del budismo zen. Desde el seminario uno, en donde el analista es un espejo sin reflejo (aludiendo a la pérdida de su narcisismo), hasta el último establecido, la influencia del oriente en Lacan es decisiva para pensar el lugar del analista en la cura.

En la Dirección de la cura, Lacan sostiene que el analista es aquel a quien se habla, y se habla libremente, aclarando que la tan renombrada asociación libre, poco tiene de libre, en la medida en que toda asociación libre puede desembocar en una palabra plena que le sería penosa y “nada más temible que decir algo que podría ser verdad (...) Y Dios sabe lo que sucede cuando algo, por ser verdad, no puede ya volver a entrar en la duda”.

En el mismo texto, Lacan, advierte a los analistas, de dos peligros: el primero, la comprensión,en tanto empatía que no permite oír al otro en su singularidad, sino a partir del yo de quien escucha. El segundo peligro, la respuesta a la demanda, que con su no respuesta, apunta a que advengan los significantes amos que se encuentran reprimidos.

Esa no respuesta encuentra como soporte el silencio del analista, que no solo implica que se calla, sino también el silencio que forma parte de la interpretación vía el enigma, el equívoco o la cita.



El valor del silencio

“Cuando se advertirá que lo que prefiero es un discurso sin palabras”

(Jaques Lacan)


“En el principio, es el silencio”

(Theodor Reik)


Es conocido que un psicoanálisis de orientación lacaniana comporta muchos momentos de silencio, y no resulta inapropiado preguntarse porque esto es así.

Lacan, desde los primeros seminarios, insistió en la importancia del silencio en la dirección de la cura, si bien el psicoanálisis podría definirse como una invitación a hablar. El silencio forma parte de las palabras del analizante en aquellos momentos en los que la asociación libre se detiene, pero también, en otros, cuando la angustia toma el relevo de las palabras y la imposibilidad se presenta. A esta diferencia Lacan la conceptualizó como “Teseo” y “sileo”, haciendo alusión a no confundir la decisión consciente de callarse, con el quedarse sin palabras, momento en el que se pone en juego el silencio de la pulsión y se abre la posibilidad hacia lo real.

Es preciso señalar que hay un silencio estructural en cada sujeto, que Freud ubicó en la represión originaria y luego en la pulsión de muerte : “cabe pensar que la pulsión de muerte trabaja muda en el ser vivo en la obra de su disolución”.

¿Cómo arribar a una zona de silencio? Lacan pensó que la interpretación analítica venía después de la interpretación del inconsciente y que por lo tanto, el verdadero intérprete era éste. Si el analista debía aprender a interpretar debía seguir la lógica del mismo, con sus equívocos, enigmas y silencios.

El silencio del analista se introduce vía las palabras y con su escucha crea un espacio que permite la apertura de la resonancia en un eco que devuelve las palabras a quien las enuncia para que, el inconsciente haga una vez más su trabajo.

Entonces ¿para que la presencia del analista? Porque si solo estuviera el inconsciente siempre se trataría de un psicoanálisis salvaje, cada quien lee sus propios fallos, e incluso las palabras del otro con su fantasma. El analista viene a cortar este circuito impidiendo además, que el yo tome su papel en ello, y cierre lo que la apertura del inconsciente demostró. El analista con su posición en la transferencia de sujeto supuesto saber, devuelve a modo de eco, las palabras al analizante, porque al fin y al cabo, solo el analizante sabe lo que significan y cuanto goce conllevan.


La pasión de la ignorancia


“Levantar la bandera del no saber es un buen camino.

No es un mal estandarte”

Jacques Lacan

¿Que paga un analizante cuando paga por su análisis? Primero, por supuesto, por el saber, que aunque no se trata de un saber sobre el paciente mismo, se sostiene en su formación. También y no por ello menos importante, paga por la nada que su analista da, el vacío, el agujero de su ser para ser la causa de un analizante. Dar la nada es una tarea de suma dificultad que requiere de lo que Lacan llamó “la purificación” del analista: “Pero incluso esa nada, no se la da, y más vale así: y por eso esa nada se la pagan, y preferiblemente de manera generosa, para mostrar bien que de otra manera no tendría mucho valor”. El analizante también paga por su goce, paga por la charlatanería del hablanteser que requiere de la escucha analitica para que emerge algo de otro orden.

Se paga, porque como bien indica Laurent, soportar y manejar las pasiones del analizante es una enorme tarea para el analista. El modo más sencillo de resolverlo sería responder desde la contratransferencia “esa falsa igualdad democrática que disimula el traumatismo de la pasión”.

En el seminario 17, en la clase titulada “La feroz ignorancia de Yahvé”, Lacan ubica la ignorancia junto con las pasiones del amor y del odio, desplazandolas a la persona del analista (en sus primeros seminarios, dichas pasiones estaban situadas en el analizante, funcionado en el eje imaginario como obstáculo para la cura) . En “El reverso del psicoanálisis”, Lacan ubica dos polos opuestos, por un lado el Dios Yahvé, y por otro lado, el budismo y su exigencia de purificación, para invitar a los analistas a seguir dicho movimiento.

Lo interesante de la propuesta lacaniana es la diferencia entre la ignorancia como pasión, y aquello que el analista hace con el saber que le supone su analizante, y que es conocido como docta ignorancia o ignorancia formada: “si el analista hay algo que deba saber, es saber ignorar lo que sabe”. El deber de saber ignorar lo que se sabe, tiene como fin permitir escuchar las palabras del paciente en su particularidad.

Si el neurótico rechaza su saber icc, entonces es con la ignorancia del analista que un saber podrá habilitarse. Para Lacan la ignorancia es una manera de establecer el saber. Podríamos entonces decir que la pasión de la ignorancia del analizante, se contrarresta con la docta ignorancia del analista.

Lacan acudió a Nicolas de Cussa para que no confundamos la pasión de la ignorancia que nos caracteriza como sujetos, de la asumida por el analista. Tomó de él, el concepto de “Docta ignorancia”. Se trata de un principio básico que contempla todos los saberes, y que tiene como supuesto la imposibilidad de alcanzar con precisión la verdad y que por lo tanto, solo resta hacer conjeturas.

Es con la docta ignorancia que puede abrirse un agujero en el saber, para dar lugar al advenimiento de la palabra del sujeto, “la ignorancia posibilita el saber”, pero también, y esto no es menor, la tesis de Cussa le permite a Lacan pensar la relación entre la verdad y el saber; este último como aquel que se construye conjeturalmente sobre un imposible que conocemos bajo el registro de lo real. La conjetura es una construcción que solo es posibilitada por la transferencia y el lugar que ocupa el analista, el inconsciente y el analizante en ella.



El sujeto supuesto saber


Hay un recorrido en la obra de Lacan en relación al concepto de Sujeto Supuesto Saber. Es interesante plantearlo en este marco en el que el deseo del analista, la transferencia y el saber, se presentan como íntimamente ligados.

Es habitual trasladar la transferencia freudiana, con el nombre de sujeto supuesto saber a la teoría lacaniana. Pero las cosas no son tan sencillas. Un concepto hecho de tres términos nos obliga a leerlos en conjunto pero también de manera independiente.

Sujeto supuesto saber. ¿Quién es el sujeto? ¿Qué es lo supuesto? ¿El saber o El sujeto?

En el Seminario 11 la transferencia deja de ser “amor de transferencia” para pasar a ser “transferencia de saber”. El analista es el que ocupa el lugar del sujeto supuesto saber, en la medida que se espera que descubra el deseo inconsciente del paciente a partir del deseo del analista, que no funciona al nivel de la intersubjetividad. Si el análisis fuera una relación dual, ya no hablaríamos de transferencia sino sugestión.

Con el concepto de alienación lee al sujeto supuesto saber, en la medida en que ella consiste en la búsqueda de un S2 que dé sentido al S1 en el campo del Otro. El análisis consiste precisamente en la búsqueda de un saber en el Otro, el analista, asemejándose el momento de la apertura del inconsciente en la alienación.

En “La proposición del nueve de octubre de 1967”, introduce el algoritmo de la transferencia. Parte de la definición del sujeto y su imposibilidad de representatividad por el significante, lo que lo lleva a buscar en un significante cualquiera, el sentido de su inconsciente. El analista funciona como un Otro al que se le transfiere saber.

En “La equivocación del sujeto supuesto saber”, (de diciembre de 1967), el concepto pasa a ser una significación de saber, no un saber del analista o del analizante. Se sitúa entre ambos en la medida que el saber inconsciente del sujeto se despliega bajo transferencia. El sujeto supuesto saber es la equivocación que consiste en creer que un sujeto sabe ese saber, mientras que en realidad se ubica en una hiancia.

El análisis parte del icc como enjambre de significantes que no se distinguen, no hay ningún saber allí, sólo repetición. El psicoanálisis transforma el estatuto del icc para poder tratarlo. El sujeto supuesto saber permite la constitución del icc como interpretable.

Entonces, la transferencia, como lo recordaba freud, es una enfermedad artificial , un mal necesario que implica servirse del sujeto supuesto saber, para ir más allá de él, produciendo su destitución al final.



El analista, entre la consagración y la excomunión


“En resumen, ser santo es pues decirlo todo con una sola palabra”


Lacan en televisión ubica al analista y su posición en la figura del santo. Hay un entrecruzamiento entre la figura del Santo Cristiano y la del oriental, y son referencias para ello, las elaboraciones del jesuita Baltazar Gracián, y del filósofo chino Mencio. Habrá que ver, sin embargo, cuáles son los puntos que Lacan toma para pensar la función del analista.

Entre los textos más utilizados de Gracián, por parte de Lacan, se encuentra “El criticón” y “Oráculo manual o arte de prudencia”. Este último, que fue traducido como “hombre de la corte”, no enseña a ser un cortesano sino un santo. Lo paradójico es que es un manual que no pretende hacer reglas generales: no hay una obra para todos, y la prudencia tiene que ver con respetar las particularidad. No hay un método para volverse santo o analista, en ese sentido el análisis didáctico, es un camino trazado sin andar. No resulta sencillo definir lo que es un santo, tampoco lo que es un psicoanalista. Siempre a pesar de las nominaciones, es algo que no se puede definir conceptualizar del todo. No se puede hacer de los santos y los analistas una especie, “no hay santo más que no queriendo serlo, renunciado allí a la santidad”; podríamos decir “no hay analista más que como resultado de una operación cuyo resto es un desecho”.

En el budismo, un santo es una persona iluminada, o que está en camino a serlo. Lacan sostiene que ”Un santo durante su vida no impone el respeto que le impone la aureola”. En este sentido el santo opera en su ausencia, y por eso Gracián consideraba que hay que saber valerse de ella. ¿Qué es sino el deseo del analista? Ocupar el lugar de objeto supone cierto ocultamiento, un saber opacarse que va en contra del ideal de transparencia, algo que Gracian consideraba fundamental ya que en el ocultamiento y la astucia, está la vía para el buen puerto.

La imposibilidad de decir toda la verdad, es otro aspecto que une a Gracián con Lacan; como así también la importancia del acto: “ variar de tenor en el obrar”, no hacerlo siempre del mismo modo para que no se pierda la capacidad de sorprender y el decir del analista puede tener un impacto. Para ello, saber abstenerse es fundamental “nunca hay que apasionarse ni apresurarse”.

Hay una relación muy particular que Lacan establece en Televisión, cuando enuncia “un santo, no hace la caridad (Charité). Más bien él hace de deshecho (déchet): él des - carita (décharite), desecha la caridad”. Lacan hace un juego entre desecho y caridad, el analista no da sino que se ofrece como lo que le permite al sujeto del inconsciente, tomarlo como causa de su deseo. El santo es el desperdicio del goce, un “rebut”, una escoria, una basura, al que se le supone un saber, al igual que al analista. No se trata de negar que el santo goce, pero no lo hace cuando actúa, al igual que el analista.

El santo en su accionar, no se cree meritorio, no se regocija en su narcisismo, así como Lacan pensó al analista como un espejo sin reflejo.

El santo es subversivo, es un hereje, en la medida en que no se ajusta a una ley moral universal, sino que intenta realizar un camino único y singular. No se caracteriza por hacer el bien, sino porque queda al margen de los valores de una época. Tiene un rasgo de desapego de todos los valores de goce presentes en la sociedad de su tiempo, “el santo es medicina porque es antídoto”. Elige un camino alternativo para alcanzar la verdad.

En la conferencia “Joyce, el sínthoma”, Lacan vuelve al santo para decir que la vía canónica para la santidad es escaparse, perderse, el santo no sigue el camino de la iglesia; se trata de escapar del uso del semblante para hacer que la causa aparezca.

El santo y el analista se ubican así entre la consagración y la excomunión.



El discurso del analista

En el seminario 17, Lacan distingue el deseo del analista, del discurso del analista. Distinción que permite evitar la confusión que se presentaba al hablar del deseo del analista, en la medida en que podía pensarse como un deseo de curación, ayuda, cuidado, etc. El discurso del analista en tanto estructura, es un modo de funcionamiento que excede a la palabra, un estilo de lazo social que tiene lugar en la sesión analítica.

En “El reverso del psicoanálisis”, Lacan retoma la noción de discurso y la desarrolla con mayor precisión. Lo caracteriza como una “estructura que excede a la palabra” y con un aparato de “cuatro patas, con cuatro posiciones”.

Son entonces discursos vacíos de significado, pero con un armazón o estructura que implica términos y lugares, matriz de cualquier acto en el que se tome la palabra. Estas no son necesarias para que nuestra conducta, eventualmente nuestros actos, se inscriban en el marco de ciertos enunciados primordiales

Los cuatro discursos se caracterizan por su estructura y la distribución de los elementos dentro de la misma. La estructura se presenta como lugares fijos y está compuesta por: el agente (arriba a la izquierda): es aquel que hace actuar, el puesto de mando del discurso y lugar del semblante; la verdad (debajo del agente): es aquello que del agente permanece oculto, lo que no se puede decir; el Otro (arriba a la derecha): es el engranaje discursivo del agente; y la producción (abajo del Otro): es el efecto del discurso, pero permanece velado. Entre los lugares de arriba y los de abajo hay una barra (-) que los separa, que significa algo de la represión. A su vez, entre el lugar de la verdad y el de la producción hay una doble barra (//) que implica que nunca la producción va a poder ser absorbida por el lugar de la verdad. Los elementos son: S1 (significante amo) - S2 (el saber) - a (objeto) - $ (sujeto barrado). Los mismos van cambiando de lugar en la estructura, y de acuerdo a su disposición se formalizan los distintos discursos, el cambio de uno a otro se da mediante un cuarto de giro.

El discurso del analista se caracteriza por tener en el lugar del agente el objeto a, siendo este, el analista que hace de semblante de objeto. A partir de allí, se dirige al sujeto barrado, inconsciente, y lo pone a trabajar para producir los significantes amos. El saber, se produce en el discurso como efecto de verdad para el analizante.

La elaboración del analista como objeto a causa del deseo, se produce a partir del seminario 10 y permite separar la persona del analista de su función: no hay ser del analista, sólo su lugar se define en la práctica, a tal punto que será definido por Lacan como una x, un puro residuo.

El analista se orienta así, por el deseo del analista que toma como punto de partida las soluciones singulares frente lo real que dan lugar a modos sintomáticos de funcionamiento y que llevan a justificar que un psicoanálisis se ponga en marcha.

El deseo del analista se acerca a lo que Mencio, filósofo y maestro oriental, elaboró sobre el oportunismo: para él aceptar las cosas como son dadas y actuar acordes a ellas es una ley principal. Se trata de saber interpretar el potencial de la situación; cuestión estratégica para ser y decidir lo que la ocasión requiere.

El analista, al hacer semblante de objeto a, no lleva nunca la misma marca para cada paciente, sabe, seguir el curso de lo real. No hay un fin preestablecido, el deseo del analista opera con lo que hay, con los dichos del analizante para acompañaro en las respuestas que ha fijado a lo largo de su vida que llevan la marca de una satisfacción paradojal, para producir una nueva historización en transferencia.

Hay cierta versatilidad en la figura del analista que nada quiere para el otro, pues se presenta desde un lugar vacío que recoge la contingencia donde la necesidad afloja. Un análisis no es otra cosa que el sitio de lo posible en el que no importan tanto los enunciados como el lugar desde donde se pronuncian.


 
 
 

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