La mujer, lo femenino, la verdad y el semblante
- Capitón
- 26 may 2021
- 7 Min. de lectura
“ Si aceptamos que la verdad es una mujer ¿no cabría sospechar que todos los filósofos, en cuanto que han sido dogmáticos, no han sabido absolutamente nada de las mujeres, y que esa terrible seriedad suya, esa estúpida insistencia con la que hasta hoy se han estado aproximando a la verdad eran maniobras torpes e inadecuadas para conquistar a una mujer? lo cierto es que esta no se ha dejado conquistar y que sigue en pie toda forma de dogmatismo, aunque ofreciendo un aspecto lamentable y poco alentador”
El recorte forma parte del prólogo a “Más allá del bien y del mal” de Nietzsche y resulta interesante desde el comienzo hasta el final.
“Si aceptamos que la verdad es una mujer…”, comienza; convendría saber que no es por la vía del dogma que podrá saberse algo de ella (la verdad), pero tampoco de ellas (las mujeres).
Mujer y verdad se acercan en un imposible, y para evitar confusiones, diremos lo femenino y la verdad, para separarlo de cualquier dato anatómico, pues lo femenino siempre intrigante, también habita en los hombres.
Conquistar a una mujer ( a una, y no a las mujeres), forma parte de la psicología de los hablantes ¿Qué condiciones estructurales y singulares hacen que una mujer pueda ser conquistada? Sin embargo, lo que ha ocupado a la historia del pensamiento es conquistar lo femenino. “Conquistar”, como si se tratara de un territorio, y por lo tanto no nos vendría mal recordar que Freud ya nos indicó que es oscuro.
El psicoanálisis tiene algo para decir en relación a lo femenino y la verdad, y lo primero es que ninguna de las dos, puede definirse vía el sentido. La verdad, no pudiendo decirse toda, solo se enuncia en un medio decir; lo femenino, en tanto múltiple (una por una), y fuera de la lógica del para todos, encuentra su definición en un suplemento que no es la palabra sino el goce.
Por ello la verdad tiene estructura de ficción, de conjetura, de semblante, entendiendo por este último, lo que tiene la función de velar la nada; lo femenino, en tanto fuera de la simbolización, supone invenciones de las que queremos destacar al menos dos: la mascarada y el postizo. Podríamos ubicarlo así, entendiendo que lo que queda por debajo de la barra resulta inaccesible
mascarada o postizo semblante o conjetura
--------------------------- --------------------------------
lo femenino la verdad
La mascarada y el postizo
Luego de Freud quedó en manos de las analistas explorar el continente oscuro entendiendo que las mujeres tenían más posibilidades por su condición, de acceder a una verdad para todas. En su lugar aparecieron resultados de análisis, imposibles de universalizar.
El concepto de mascarada le pertenece a Joan Riviere, psicoanalista de la segunda generación que convirtió su caso clínico en un saldo de saber. Se trata de una mujer con talento intelectual y muy independiente, que luego de cada conferencia exitosa necesita seducir un hombre para evitar una venganza por haberles sustraído el falo. toma entonces la apariencia de una débil mujer, modesta y ansiosa para tranquilizar a quienes cree haber ofendido “pero vean ustedes, no lo tengo al falo, soy mujer y pura mujer”. la mascarada femenina se presenta como un instrumento para evitar el retorno de la agresividad.
A Lacan le interesa particularmente en la medida que la mascarada permite constituir un semblante para la feminidad, y al mismo tiempo entrar en las lógicas de la vida amorosa.
Causar el deseo de un hombre, supone, una identificación al objeto de su deseo sin por ello hacer de dicha identificación una solidificación, sin quedar adherida imaginariamente.
La mascarada es la invención de cada mujer de su manera de ser mujer frente a la imposibilidad del significante para nombrar su ser. Comparte el estatuto del semblante en tanto “saber arreglárselas con la nada,” con un parecer ser que cubre el vacío, con un “como sí”, ante la ausencia de la esencia femenina. Lo femenino descree del semblante y lo denuncia sin dejar de servirse de él.
Cuando la mascarada pierde su estatuto de semblante para producir una identificación total con el objeto del deseo masculino, entramos en el terreno del postizo, es decir “una mujer que se agrega artificialmente lo que le falta, con la condición de que siempre, y en secreto, lo tenga de un hombre”. La histeria constituye así, el ejemplo más claro del postizo ya que para acceder a una verdad sobre lo femenino introduce a otra mujer utilizando el hombre como relevo. Allí, el hombre no es el relevo para ser Otra para sí misma, sino que necesita de él, para encontrar una respuesta en la otra mujer.
Lacan no pudo evitar preguntarse entonces, por la verdadera mujer diciendo finalmente que “ella se mide por su distancia subjetiva de la posición de la madre”. Los dos paradigmas de la verdadera mujer lo constituyen Medea y Madeleine, mujer de Gide. En ambos casos se trata de un desprendimiento del tener, (de sus hijos en el caso de la primera; de las cartas de amor en el caso de la segunda) para pasar a lo que define lo femenino vía el ser. Claro que esta posición no puede sostenerse, ocurre como una Tyche, como el “acontecimiento verdadera mujer”.
Por último, hay una relación que nos gustaría mencionar entre la verdad, y los hombres, no sin mediar entre ellos, el síntoma y una mujer.
Lacan en el Seminario 22 se preguntaba ¿Qué es una mujer para un hombre? y respondía que “Una mujer en la vida de un hombre es algo en lo que él cree: un síntoma (...) él cree que hay una, a veces, dos o tres, él no puede creer sólo en una, él cree en una especie”.
Lacan plantea que la mujer se vuelve síntoma de un hombre en tanto encarna el lugar del objeto del goce en el fantasma, y por lo tanto, causa su deseo. Él elige una mujer que hace signo de su inconsciente y por ello, muchos análisis masculinos comienzan con el encuentro con lo femenino.
Las mujeres, la verdad, los semblantes, lo masculino y el síntoma, funcionan como significantes con diferentes posibilidades de articulación en la teoría, pero sobre todo en el caso por caso.
Para Concluir: otras voces
Nietzsche y la defensa de lo singular. Lectura de “una mujer como síntoma de un hombre” de Silvia Ons.
La relación entre la mujer y la verdad planteada por Nietzsche encuentra su fundamento en la lucha por la emancipación de las mujeres luego de la revolución francesa. La opinión del filósofo no ha sido bien recibida pues para él, el sueño de emancipación es uno de “los peores progresos para Europa”. No ha sido difícil entonces, tacharlo de misógino a simple vista, aunque mejor sería intentar comprender cuál es el sentido que asume la emancipación y su lazo con la verdad.
Nietzsche está convencido que pretender que la mujer sea igual a los hombres, es “violentar a la verdad”, entendiendo que en esa supuesta igualdad lo femenino por excelencia quedaría completamente aplastado. Ingresarla en el discurso de la ciencia, en el registro del para todos, supone pedirle que se vuelva transparente en un ideal de verdad que quita en juego toda la belleza del semblante. La actual ideología de la ciencia y de la evaluación apuntan a la “Norma - mâle”, es decir a la mediación fálica y como sostiene Millner, es preciso una nueva disciplina que en su cálculo de la verdad, incluya la inexactitud. Para Nietzsche, la verdad y la mujer no hacen género, y por ello quien dice “una mujer, dice la verdad”.
Tanto el dogma, del lado masculino, como la igualdad del lado femenino, son el desconocimiento de lo radicalmente Otro entre los sexos.
Miquel Bassols dedica todo un texto a evaluar la misoginia, la de Freud, y nosotros lo extenderemos a los seres hablantes. Si lo femenino es lo que resiste (incluso diremos, lo que se resiste) en los seres sexuados, el rechazo hacia ello se comporta como una defensa. La misoginia es entonces un hecho estructural, y no un asunto masculino, pues algunas mujeres rechazan fervientemente lo femenino de lo cual la histeria es el claro ejemplo. Nietzsche en una de sus máximas pronunciaba: “En el fondo de toda su vanidad personal, las propias mujeres mantienen un desprecio impersonal por “la mujer”. Lacan acertadamente decía que quien ama lo femenino, siempre es hetero, pues las mismas mujeres pueden detestarlo como lo hacen los hombres, a tal punto de renunciar a ello por completo.
2. Mascarada y época. Una lectura de “goces de la mujer” de Leda Guimaraes.
Está claro que asistimos a un movimiento enorme de lucha por la igualdad entre los géneros, y es en esa pretendida igualdad que algunas consecuencias no están resultando felices. Podríamos decir que cuando las mujeres se alejan de su goce más precioso, más ingresan en la lógica masculina vía actividades sublimatorias que no logran apresar el goce femenino. Un goce que no tiene ley, y por lo tanto sin medida; que no está localizado, no puede ser contabilizado y tampoco puede ser alcanzado por la palabra. La lógica del todo, como siempre encuentra sus efectos segregativos en donde lo femenino, por naturaleza ya lo es, por situarse en el punto más íntimo del ser que habla, un exilio interior.
Las épocas ofrecen semblantes, postizos para cubrir lo que de lo femenino, es imposible. La nuestra se caracteriza por aquellos que pasan por la profesional realizada en sus competencias sublimatorias; la politizada, culta, inteligente dedicada a la lucha de la defensa de los derechos de los excluidos; la administradora del hogar, no ya la ama de casa, sino proveedora financiera del hogar; la madre psicopedagoga, especializada en los saberes relativos al desarrollo infantil y la pareja como alumno predilecto para enseñarle a ser padre; la beldad escultural, hermosa en cualquier edad, contadora de calorías y conocedoras de técnicas únicas; La amante liberada, especializada en recetas para incluir el orgasmo en el acto sexual transformando al hombre en alumno adiestrándolo en cómo hacerla gozar.
Estas posiciones han traído dificultades que asumen la cara mortífera del superyó que con su mandato a gozar exige asumir la multiplicidad de falos, ser superpoderosa, no enamorarse, y valerse por sí misma, sin ningún recurso más que la completud.
Como consecuencia directa, asistimos a una desvalorización de lo masculino que hace ingresar a las lógicas de la vida amorosa en nuevos modos de “conquista”. Y son estas consecuencias las que recibimos en los análisis para encontrar “la buena manera siempre de fallar” en la relación entre los sexos.
Comments