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“Capitón: lecturas analíticas”, surge de un punto de encuentro entre deseos, que tienen  su anclaje en el psicoanálisis.  El punto de capitoné es un elemento que Jacques Lacan toma de la colchonería: “(…) un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad”.
Punto de capitón, punto de almohadillado, o también, punto de basta; es lo que permite que una frase, hecha de elementos significantes (palabras), cobre sentido por efecto de retroacción. Esto implica que el efecto de significación, el significado, sólo se constituye al finalizar una oración.
Esta página, es nuestro punto de basta.  Nuestro capitón. Orientados por nuestro deseo, un deseo que encuentra diferentes soportes materiales (libros, cine, temas de actualidad, etc.), la escritura constituye el punto de capitonado que re- significa el material leído y analizado; y al mismo tiempo invita a una nueva construcción (sobre lo escrito y lo que ha de escribirse).

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Lo clásico de la perversión: El sadismo teórico de Sade.

  • Capitón
  • 9 sept 2020
  • 10 Min. de lectura

La “Filosofía en el tocador”

“Voluptuosos de todas las edades y de

todos los sexos, sólo a ustedes dedico esta obra:

nutransen de sus principio que favorece a sus pasiones

(...) no escuchen más que esas deliciosas pasiones; su instrumento

es lo que debe conducirlos a la felicidad”


(Marqués de Sade, “Filosofía en el tocador”)


Sade escribió “Filosofía en el tocador” en 1796 durante uno de los múltiples encierros que sufrió durante su vida (en total, estuvo entre rejas 37 años, la mayoría de las veces por motivos políticos, no por escándalos sexuales). Fue publicada de forma anónima dada la terrible situación que vivía en aquel momento el autor.

Esta novela está escrita en forma dialogada (algo muy habitual en aquella época) y trata de la iniciación filosófica y sexual de Eugénie, una joven de 15 años, por parte de unos «preceptores inmorales», una mujer y dos hombres, enclaustrados en una casa. Como también es habitual en el Marqués de Sade, las prácticas sexuales y las reflexiones filosóficas se suceden de manera simultánea.

En un breve ensayo Simone de Beauvoir se pregunta por qué seguimos leyendo al Marqués y responde: “La aventura de Sade reviste una amplia significación humana. ¿Podemos satisfacer nuestras aspiraciones a la universalidad sin renegar de nuestra individualidad?, ¿o sólo podemos integrarnos en la colectividad mediante el sacrificio de nuestras diferencias? Este problema nos afecta a todos. En Sade, las diferencias se exageran hasta el escándalo, y la inmensidad de su trabajo literario nos demuestra con cuánta pasión deseaba ser aceptado por la comunidad humana: en él encontramos, pues, bajo su forma más extrema, el conflicto que ningún individuo puede eludir sin mentirse a sí mismo.

Lacan distinguió al Sade teórico del práctico, sacando toda la elaboración sobre la perversión de la obra de Sade y no de su vida, ya que esta lo acerca más al masoquismo que al sadismo.


La naturaleza humana. La renegación de la castración

“En la perversión siempre hay algo que el sujeto no quiere reconocer (…), lo que el sujeto no quiere reconocer sólo se concibe como algo que está ahí articulado, pero que sin embargo no sólo es desconocido por su parte sino reprimido por razones esenciales de articulación”


( Lacan, J. Seminario 4)


Freud comenzó a estudiar la perversión muy tempranamente en su camino por el psicoanálisis. Primero, por los desarrollos de médicos y psiquiatras de su época, que sin duda lo habrán cuestionado. Pero también porque en la clínica de la histeria, principalmente, y de la neurosis obsesiva, encontró signos de una sexualidad que no se reducía a lo genital. El método patológico de Ribot le había llegado a Freud de la mano de Janet y resultaba muy adecuado para comenzar a comprender la “normalidad” vía lo “anormal”. La lógica de los “Tres ensayos sobre una teoría sexual” (1905), ponen de manifiesto el interés de Freud de acercarse a la neurosis vía la perversión. Si toda neurosis en sus síntomas expresa la sexualidad perversa, entonces qué mejor que aprender de la perversión. Pero no fue tan sencillo, las semejanzas entre las prácticas perversas de los perversos y los fantasmas neuróticos eran enormes. Hubo que esperar hasta 1927 con “fetichismo” para encontrar el verdadero mecanismo que separa a la perversión de la neurosis: la verleugnung, la desmentida, la renegación. Sin el descubrimiento del complejo de Edipo, como complejo nuclear de las neurosis y su gran correlato, el complejo de castración, la perversión hubiese quedado en la oscuridad de las neurosis, porque lo que se desmiente, no es otra cosa que la castración.

Decir que la castración en la obra freudiana remite solo al pene del niño, o, a la niña en su naturaleza biológica, es operar un reduccionismo. En “Lo ominoso” (1919), Freud da cuenta de cómo el complejo de castración se actualiza en el gran temor de Nathaniel de perder los ojos; y en “Inhibición, síntoma y angustia” (1927), la castración es la fuente de todo peligro, y la causa principal, por supuesto, de la angustia moral, angustia frente al superyó.

Con Lacan la castración se extiende para convertirla en el efecto del lenguaje sobre el sujeto. Podríamos afirmar, siguiendo la lógica de “Aun”, “para todo x, phi de x”, conservando siempre el lugar de la excepción que funda el conjunto. El lenguaje para Lacan es la enfermedad del hombre, incluso la injuria mayor que se comete sobre el sujeto, ya que elimina cualquier ideal de necesidad. Ser hablados antes de hablar, bien o mal, poco o mucho, introduce la diferencia entre la naturaleza y la humanidad.

La filosofía en el tocador olvida la gran diferencia entre el hombre y el animal: el lenguaje. Desconoce que las necesidades humanas están desnaturalizadas por la existencia del lenguaje. Pretende que el sexo sea un hecho natural: “nacimos para coger, porque cogiendo cumplimos las leyes de la naturaleza” Así por ejemplo, entiende que la crueldad es el primer sentimiento que la naturaleza marca en nosotros y que la educación corrompe.

La renegación Sadiana es la de la castración del lenguaje: convertir la sexualidad en un “hay relación sexual” sostenida en la satisfacción de los instintos, es olvidar que, en lo que a lo humano se refiere solo hay deseo y goce. La pulsión de muerte, nuestra agresión, la violencia y la imposibilidad de amar al prójimo como a nosotros mismos, nada tienen de natural. El animal que habita en nosotros, es lo menos natural de todo. El Marqués de Sade se propone eludir la función de la cultura y el lenguaje para poder gozar del objeto.


Lo que kant ignoraba del imperativo

“Las manos limpias de Kant,

escondían en algún lugar, algún goce”

(Adorno)


Kant tuvo un gran proyecto, una gran ilusión: crear un universal que desconociera las diferencias entre los sujetos. Se trataba de formular una regla de acciones en el mundo, una regla universal de lo que deba hacerse cada vez, y esa regla, no puede partir de lo que para cada sujeto en particular es el bien, o en términos de Kant, en el bienestar; sino de un Bien, entendido como valor universal. Su propósito fue preguntarse si existe una regla de acciones en el mundo, una regla universal de lo que debe hacerse. Kant, es un buen representante de la filosofía de las luces: tenía una convicción profunda en la bondad natural del hombre.

La filosofía de Kant es un avance en relación a la ética de Aristóteles que pretendía que para alcanzar el supremo bien había que dominar el deseo: “nadie puede ser amo en una polis, si es esclavo de sí mismo”. El deseo debe ser domesticado con una pedagogía, es decir, solo puede ser incluido si entra en el campo de la razón a partir de su domesticación.

Pero Kant pretende mucho más al diferenciar el campo de la sensibilidad y el de la razón: el objeto del deseo, y todo lo que gire en torno a la felicidad, no puede constituirse como un imperativo moral, en la medida que tendríamos tantas máximas subjetivas como sujetos: lo que es bien para algunos, puede no serlo para otros, sin olvidar, además, que se puede estar bien en el malestar, o muy mal en el bien.

La ética de Kant es una ética sacrificial: busca un principio moral que pueda determinar la voluntad de un modo universal sacrificando los objetos “patológicos”: “obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y no solamente como un medio”. Para Kant lo importante es la forma de la ley y no su contenido; por ello también se la calificó como una ética formalista. Se excluyen los objetos de la sensibilidad (del bienestar de cada quien, wohl) para lograr el Bien (Guten), como mayúscula, el de todos, sin ninguna diferencia. “Debes o no debes salvará tu prójimo” es la ley, sin importar las razones, entendiendo que ellas forman parte de las imperfecciones subjetivas de la voluntad.

“…Las manos limpias de Kant…” esconden que, tras eliminar los objetos del deseo, el sujeto queda solo frente a uno: la voz de la conciencia moral. Cuando el sujeto ya no tiene frente a sí ningún objeto, porque se han sustraído los objetos patológicos, tiene a un objeto que caracteriza a la ley: la voz de la conciencia que remite al Bien. Lacan, desengañado, sostiene que ese Bien de la conciencia moral, pretendido para todos, esconde un objeto, y no cualquiera, el a, de la pulsión invocante. El deber kantiano es una pulsión con semblante de ley.

Lo que Sade revela de Kant: el Kant con Sade de Lacan


“La filosofía en el tocador viene ocho años después de la crítica de la razón práctica. Si, después de haber visto que concuerda con ella,

demostramos que la completa, diremos que da la verdad de la crítica”

(Lacan, J. “Kant con Sade”)

“Kant con Sade” fue publicado por el cuñado de Lacan, Jean Piel, en el número 191 de la revista Critique (abril de 1963), luego de que el artículo no fuera aceptado por Gilbert Lely como prefacio para una nueva edición de las obras de Sade. Es su gran mérito poner en conexión dos textos aparentemente contradictorios: la “Crítica de la razón práctica”, de Kant del año 1788 y la “Filosofía en el tocador” de Sade de 1796 a partir de las posiciones éticas de ambos autores. Poner en relación dos obras, una, la cumbre de la moralidad, la otra, de la inmoralidad requiere de mucho coraje. Como afirma Miller, “la cumbre de la moralidad, es la perversión sadiana.

.Para Lacan, el tocador sadiano tiene el mismo valor que la Academia, el Liceo o la Stoa; es decir, se trata mucho más de una novela erótica, en la medida en que en ella transcurren reflexiones referidas a la ética. Con la llave del tocador sadeano se pone al desnudo la subversión reprimida en el campo moral de Kant.

Lacan equipara el imperativo kantiano con la máxima sadiana: “tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me vengan en ganas hacer con él”. Hay que subrayar, y escuchar con atención, que el imperativo del Marqués hace aparecer a un otro al decir “puede decirme quienquiera”. Hay una diferencia entre el sujeto del enunciado, “yo tengo” y la enunciación “me,” del decirme, que alude directamente al derecho de cualquiera de gozar de mi cuerpo.

Si algo comparte con Kant es la referencia a la forma pura de la ley: Kant sacrifica las existencias singulares, y Sade, puede hacer pasar a todo el mundo al papel de víctima en nombre del universal de goce. Sacrifican la existencia en el sentido de la singularidad, lo que demuestra la vertiente sádica de Kant. Cuando alguien decide seguir la regla solo pueden producirse efectos de malestar en su vida.

Sade imaginó una sociedad en la que todos, cada uno de sus integrantes, reivindica su derecho a gozar, y Lacan señaló muy eficazmente la paradoja que eso implica: si se goza del cuerpo, de uno y del otro, sin freno alguno, el límite es la muerte, y ¿que sociedad podría fundarse desde allí?


La ley del superyó es la de Kant con sade


El superyó, o sea la conciencia moral, puede pues mostrarse dura, cruel e implacable contra el yo por él guardado. El imperativo categórico de Kant es, por tanto, heredero directo del complejo de Edipo.”

(Freud, S.)


En la razón práctica Kant, al referirse al conocimiento, separa el fenómeno, la apariencia; de la cosa en sí. En su filosofía, el conocimiento, la razón humana encuentra un límite, que hace que el conocimiento absoluto sea imposible. La cosa en sí misma, el “noúmeno” es inaccesible. Tal como afirma Lacan “la experiencia siempre nos da conocimiento de algo que es condicionado” ya que lo que se quiere conocer, está en función de condiciones o limitaciones. El salto propuesto por Kant, es alcanzar un más allá de todas las condiciones (causas) que puedan determinar un fenómeno, y a ello lo denominó “razón”, siendo la totalidad de todas las condiciones, un absoluto. Las “ideas” no tienen valor constitutivo pero son regulativas: Dios, el alma y el mundo son incognoscibles, pero determinan la acción del hombre. Solo tenemos conocimiento de lo absoluto a partir de la conciencia moral, o como lo llama Kant, de la conciencia del deber.

La razón, en tanto incondicionada, es la vertiente que Freud tomará para pensar el superyó y su ferocidad. ¿Acaso hay alguna condición que funcione para el superyó como suficiente? Lo absoluto e incondicionado hacen del superyó un imperativo imposible de satisfacer.

El superyó implica en el psicoanálisis, el cuestionamiento del Bien como valor. Desde esta perspectiva el superyó encuentra su lugar en la obra de Lacan con el nombre de goce: el superyó es un Bien separado del bienestar.

En “Kant con Sade”, Lacan toma de Kant la diferencia entre Bien y bienestar y de Sade, la descripción de la experiencia como goce fundamental, para demostrar que en Kant el principio de la experiencia moral es el goce.

El fantasma de Sade es el de la perversión


“No es tanto el sufrimiento del Otro lo que se busca en la intención sádica como su angustia. La angustia del Otro, su existencia esencial como sujeto en relación con esa angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar”

(Lacan. J. Seminario 10)


Lacan toma el fantasma de Sade de su experiencia literaria y no clínica. El modo como parece obtener Sade el goce en su fantasma, es el paradigma del fantasma en la perversión.

El perverso quiere producir angustia en el Otro: causar la división. En Sade la angustia se produce a partir de las amenazas. Es muy importante para los verdugos de Sade decirles antes a sus víctimas lo que va a pasarles.

El goce sadiano es dependiente de la subjetivación que se produce en el Otro. ¿Dónde se produce la división del sujeto? ¿La subjetivación de la experiencia? El sujeto en el fantasma es la víctima, no el verdugo. Producir angustia en el partenaire, es producir su falta, es la vacilación completa que se mantiene el mayor tiempo posible. Esta es la base de la maniobra perversa que coincide absolutamente con el imperativo sadiano. Los verdugos en el fantasma sadiano no son sujetos, no tienen falta. Es lo que conocemos como el rechazo a la castración. En la fórmula del fantasma el perverso tiene el lugar de objeto y no de sujeto. Hay una inversión de la escena fantasmática, que se pone en marcha no desde el deseo, sino desde la voluntad.

El perverso convierte el deseo en voluntad de goce. A diferencia del neurótico que hace de su deseo una pregunta, el perverso no tiene pregunta, sino respuesta, lo que lleva a Lacan decir que el perverso no tiene el significante del Otro barrado. Se considera como alguien que tiene la verdad sobre el goce.

En el seminario 16 Lacan considera al acto sádico como aquel que apunta obturar la falta en el Otro. La afinidad entre el deseo sádico y el superyó queda evidenciada en el uso de la voz como objeto que obtura la falta en el Otro. El sádico intenta completar el Otro quitándole la palabra y colocando su voz. En ese mismo seminario, Lacan define al perverso como un “auxiliar de Dios”, agregando que es un “cruzado”, un “Defensor de la fé”. Los cruzados recuperaban lugares sagrados y objetos, restos del cuerpo de Cristo con la finalidad de hacer existir al dios muerto. Ser “ auxiliar de Dios” y “ser instrumento del goce del Gran Otro”, son fórmulas equivalentes.


 
 
 

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