Ideas directrices para una elaboración sobre el amor en el siglo XXI
- Capitón
- 7 jun 2020
- 8 Min. de lectura
Nada sabríamos del amor, sin la palabra Amor
No se puede evitar hablar del amor, con pandemia o sin ella. Habita cada modalidad de lazo social, incluso en la soledad más radical se trata del amor. Las canciones y los libros cuentan sobre él. Hace siglos nos preguntamos por el amor, hace siglos intentamos responder. No hay ciencia que no haya querido abarcarlo, explicarlo, (efectos químicos, cambios neuronales y físicos, explicaciones psicológicas, sociológicas, filosóficas,etc.).
Habrá que hacer un esfuerzo para escribir algo novedoso sobre el amor, una invención que no descuide la modalidad de vivirlo en nuestros tiempos. Después de todo, como afirma La Rochefoucauld probablemente no sabríamos del amor, sin la palabra AMOR, lo que lo vuelve un asunto cultural.
Este confinamiento no es ajeno al amor como modo de lazo al Otro, y sus consecuencias nos convocan a reflexionar. Nos preguntamos sobre los recursos con los que cuentan los sujetos para sostener el lazo, para arreglárselas con el “hay no relación sexual” y sus puntos de impasse; pero también, por los modos vigentes de hacer existir esa “no relación” que buscan reafirmar y sostener la dificultad propia de la comedia entre los sexos, en la que el lenguaje, solo viene a producir malentendidos. Vale aclarar, como sostiene Lacan “que hablar de malentendido, no equivale a hablar de fracaso necesario”.
El psicoanálisis como práctica tampoco estuvo exento del amor; es que, sin amor no habría psicoanálisis y eso por al menos, dos razones: la primera,reside en el amor al inconsciente, es decir, el amor por la curiosidad de saber aquello que nos habita y nos resulta una incógnita, un psicoanálisis inicia en una pregunta; la segunda,y en relación a lo anterior, es nuestra falta de saber, la que origina un fenómeno que lleva el nombre de transferencia, es decir, el amor hacia aquel a quien le suponemos un saber,en este caso, el analista.
Asique el psicoanálisis tuvo mucho que aprender sobre el amor, en la medida en que ese amor hacia el analista, no es otra cosa que el amor genuino del que hablan los enamorados.
Entre todos los desarrollos lacanianos hay dos principales en las que, como en los asuntos de amor, uno no es sin el otro, (aunque, como veremos, se trata de una extraña reciprocidad). La primera, aquella que se desprende del Banquete de Platón y que encontramos en el Seminario 8 sobre la transferencia; la segunda, del Seminario 10 La angustia, y 11, Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis.
El amor como metáfora
Constituye una de las creencias más populares en el terreno del amor, asociar el amor a la abundancia, es decir, mientras más se da, más se ama. Es necesario considerar que resultaría imposible amar a alguien que ya posea todo; o que fuéramos amados por lo que tenemos. Es difícil imaginar, qué lugar podría tener el amante en la vida del amado, si este último no necesitará más nada (lo cual por supuesto, no implica un sujeto completo, sino en una postura que no asume la castración estructural).
El amor se produce en el marco de una ignorancia estructural: el que ama se caracteriza por ser aquel a quien algo le falta, desconociendo de qué se trata; mientras que el amado, no sabe aquello que tiene. El amor comienza, para revelar algo de aquella falta de saber, aunque claro, lo que le falta a uno, no está precisamente en el otro; y de allí en adelante, el drama; “El amor es un vínculo contra el cual todo esfuerzo humano acabaría quebrándose”.
Vayamos al Banquete. Sabemos que consiste en una ceremonia griega de dos tiempos: el primero, dedicado a la comida; el segundo a la bebida. Pero esta vez, los concurrentes decidieron beber moderadamente para que cada quien a su tiempo, hiciera un diálogo sobre el amor. Alcibiades, irrumpe en la escena, ebrio y lleno de pasión y es ese, precisamente, el diálogo que Lacan elige para hablar de la transferencia analitica.
El diálogo de Alcibíades no puede ser comprendido sin algunos recursos propios de aquella época. Lo primero, es la diferenciación de dos posiciones en la relación amorosa: erastés (amante) y erómenos (amado); y segundo, la paiderastía como práctica en la que se autorizaba el amor de hombres adultos hacia jóvenes con intenciones didácticas (los jóvenes podían sentir admiración y afecto, pero nunca pasión).
El joven Alcibíades , erómenos; y Sócrates, erastés, constituyen la excepción a la regla, convirtiéndose en el interés principal de Lacan. Asistimos a un cambio en las posiciones amorosas que le permiten pensar al amor como una metáfora. La significación del amor se produce cuando hay una sustitución: el amado (erómenos), se constituye en amante (erastés).
Por el relato de Platón sabemos que hay varias razones para Sócrates se fije en el joven: su belleza, su posición en la polis griega, su inteligencia. Alcibíades irrumpe en medio de mensajes idílicos de amor para acusar a su maestro de sátiro y sileno: hombre hechicero capaz de producir encantos amorosos, de tener disposición para el amor (en la medida que es un erastés) y de sin embargo no responsabilizarse de los efectos provocados. ¿Qué ocurrió? Tras largas invitaciones del joven, el maestro decide asistir a una cena. Alcibíades está entusiasmado, cree que en la soledad finalmente accederá al amor de Sócrates. Pero no. Alcibíades ama a Sócrates por algo diferente a la belleza, de hecho lo comprara por con los silenos que hay en los talleres de escultores, en cuyo interior hay estatuillas de dioses. Sócrates lleva dentro de sí, una joya, un ágalma, introduciendo así, la cuestión del objeto del deseo.
Sin embargo, en el Banquete, el maestro rechaza ocupar la posición de amado (erómenos), transmitiendo que no hay nada amable en él, rechazando ser el portador del objeto agalma que el joven le supone. La metáfora del amor se produce en la medida en que Alcibíades pasa de erómenos a erastés, pero Sócrates no responde a la demanda de amor y conduce el deseo de su aprendiz hacia Agatón; siendo para Lacan asimilable a la posición del analista en la transferencia.
Me gusta todo de tí, pero tu no
La introducción en el Otro del amor de un objeto, convierte a las relaciones amorosas en una relación sujeto - objeto, siendo imposible olvidar aquel comienzo de una de las clase del seminario 11 donde Lacan pone en evidencia ese “(...)en tí más que tu (...)te mutilo.”; y que Serrat presenta de una forma maravillosa cuando enuncia “me gusta todo de ti, pero tu no”. Es inevitable la pregunta sobre el estatuto de dicho objeto, que en el seminario de la transferencia no es otro que el objeto agalmático, y que en el seminario 4 es el del deseo, pero que, un paso más allá, nos obliga a pensar si podemos amar a alguien en su goce.
Hay, como sostiene Miller, una lectura posible del amor en Lacan desde los tres registros. En lo imaginario, el amor a la imagen del otro, es decir a lo que funciona como espejo del sujeto; en lo simbólico el amor como signo que se pide en el más allá de la demanda, y que lleva a Lacan a decir que “toda demanda es demanda de amor”; y en lo real, el goce, es decir el amor como metáfora (nuevamente) pero de la no relación sexual.
“Solo el amor permite al goce, condescender al deseo”, sostiene Lacan en el seminario 10, señalando que allí donde el goce no hace lazo (la pulsión siempre es autoerótica), el amor funciona como relación con el Otro intentando escribir algo de lo que no cesa de no escribirse.
Por supuesto que los modos, dependen de las posiciones sexuadas, pero en general es el amor el que funciona como velo para la satisfacción de la pulsión, ocultando la imposibilidad de alcanzar la tan conocida fase genital. Allí, en el encuentro entre dos cuerpos, uno no es más que un instrumento para el otro, en tanto que la pulsión sólo se satisface en su circuito para volver al lugar de donde partió. La boca que se besa a sí misma, como nos lo presentó Freud.
Dar lo que no se tiene.
Si el amor está destinado a hacer creer que se goza del Otro además de sí mismo; pero también enlaza el goce al sentido (la pulsión al Otro); es posible afirmar que el amor no solo vela, sino también anuda, y que los modos de realizarlo son dependientes de cada época y sus vicisitudes. El psicoanálisis a partir de sus cuatro conceptos fundamentales, nos permite situarnos sin perder la orientación, lo que trae como resultado que la pregunta por el amor en el siglo XXI, no sea sino, intentar delimitar el estatuto que tiene la castración hoy.
El discurso capitalista, tal como fue formalizado por Lacan resultó vasto en consecuencias, entre las que la aniquilación del amor, no es una menor.
El amor, tal como lo pensó Lacan, surge de la aceptación de la castración por parte del sujeto, y se dirige hacia aquel, como enuncia Miller, que puede responder la pregunta “quién soy”. Promesa siempre renovada de encontrar aquel objeto perdido por estructura, eterna búsqueda de lo idéntico, pero nunca en lo igual. Ese objeto que supongo en el Otro, lo convierte en un instrumento del circuito pulsional, para finalmente volver al goce idiota, autoerotico, en donde no hay Otro, y solo hay no relacion sexual. Afortunadamente el amor en su función de velo estaba allí, sosteniendo todas las ficciones. Por supuesto que también y desde siempre, existieron los no engañados, los que tomaron a su carga la no relación, los abatidos, los deslibidinizados para enfrentar la comedia, pero sobre todo el drama, de las relaciones. La liquidez que Bauman piensa para hoy, estuvo representada en el viejo fantasma de Don Juan; en la soledad autoimpuesta que evita la dificultad que supone el encuentro con un Otro, en el amor cortés enamorado de la imposibilidad.
Dar lo que se tiene.
En nuestra época las relaciones humanas han encontrado nuevas maneras de vincularse. Si la carta del enamorado demandaba una respuesta como signo de amor, hoy los signos se esperan desde otra posición. Las redes sociales y las aplicaciones de citas, se sostienen en imágenes y en modos de escritura que nada tienen que ver con la falta(claro está, que nadie sube una foto en el peor momento de su vida dirigida con nombre y apellido a su verdadero remitente).
De la carta de amor, a la de presentación, como dicen los entendidos de marketing. Una presentación que no contempla la castración sino la imagen perfecta, y completa que nada del amor requiere, porque después de todo, el amor es solo un engaño en el que el Otro, es un vehículo para la propia satisfacción. La época se caracteriza, de esto modo, por sujetos desengañados, pero no por ello, menos angustiados. Si el amor parte de la castración, la imagen la desconoce pero paradójicamente, el engaño está en otro lugar. No hay cuerpos presentes para la satisfacción, hay imágenes de cuerpos; lo cual nos recuerda a las imágenes reales que Lacan supo tomar de la óptica para elaborar la construcción del cuerpo y que nada tienen de real, porque precisamente, son ilusiones ópticas en las que se termina confundiendo a la imagen con un objeto.
La imagen también sirve de postergación, y no sería exagerado hablar de amores obsesivos sostenidos en la imposibilidad y encerrados en la jaula del narcisismo; o encuentros frustrados de buenas a primera, por la discordancia entre la imagen y el objeto que se revela rápidamente.
El confinamiento, por su parte, ha autorizado a prácticas que sólo se confesaban en la intimidad y que hoy están avaladas socialmente, revelando el carácter solitario de la pulsión, que aunque existiendo un partenaire, manifiesta su verdadera naturaleza de objeto.
Pero como siempre, habrá las excepciones y el amor será necesario como velo para soportar lo insoportable de nuestra estructura humana, en la medida en que no hay revelación de nuestro lugar de objeto que no sea sin angustia. Serán necesarias las palabras y los gestos que condicionan nuestras elecciones amorosas, inclasificables, siempre singulares. Las ficciones amorosas seguirán existiendo como modo de hacer existir el lazo, pero también para cuestionarlo. Servirse del amor para soportar el ascenso del objeto a al cenit social puede ser la vía; como lo es el psicoanálisis en tanto praxis fundada en el amor.
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