Figuras de la ominoso: La Poupée de Hans Bellmer
- Capitón
- 13 feb 2019
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Actualizado: 14 feb 2019

Las muñecas de Bellmer, esos pedazos de cuerpo, o una mujer que se convierte en muñeca confundiéndose con ellas ¿es miedo lo que produce? ¿Angustia? Desde el sentido común “raro” es la palabra exacta; “me siento raro”.
Hans Bellmer, (Katowice, Polonia 1902 – París, 23 de febrero de 1975), fue un escultor, fotógrafo y dibujante publicista, perteneciente al movimiento artístico conocido como surrealismo. Ferviente lector de Freud y Baudelaire inspiró sus obras en los trabajos de ellos.
Hijo de un ingeniero electricista, quien se encontraba afiliado al partido Nazi, Bellmer no siguió con el destino que su padre pretendía para él. Fue rechazado por el III Reich, que calificó a su arte de degenerado. Fue precisamente en 1937 cuando los propagandistas de Hitler organizaron la exhibición más amplia del arte moderno llamada “Entartete Kunst” (Arte degenerado). La Poupée (muñeca), se convierte en el símbolo de resistencia a la perfección física que exigía el partido nazi. Su obra está plagada de muñecas mutiladas y ensambladas presentando al cuerpo humano en su máxima fragmentación.

La autómata, la muñeca que adquiere el perfil de un ser vivo, no es una figura nueva en la cultura europea. Bellmer conoce bien alguno antecedente de su propia obra. Conoce a Lotte Pritzel, las marionetas de Sophie Taeuber, las muñecas de Ana Hoch y Emmy Hennings, el maniquí construido por Grosz y John Heartfiel. También conoce a E.T.A Hoffman cuando asiste en Berlín, en 1932, a una representación de sus cuentos. Pero él, en la línea abierta por el pensamiento freudiano y por el sondeo individual del surrealismo, desoculta un mundo en que la muñeca llega a los límites de lo siniestro, sale de lo inerte, se presenta y vive en el corazón de quien observa.
Freud recurrió a los cuentos de Hoffman para su texto “Lo ominoso”, (1919). Del primero que toma, “El hombre de la arena”, rescata dos elementos que resultan valiosos para él. El primero, Olimpia, una muñeca, autómata, que mantiene al lector en la incertidumbre intelectual: ¿Se trata de una muñeca? O ¿Es un ser humano de curiosas características? El segundo; el hombre de la arena, ese personaje creado por la cultura popular que viene a llevarse los ojos de los niños que no duermen para arrojarlos a un brasero.
Freud interroga sobre cuál es la verdadera causa del sentimiento de lo ominoso, otorgándole la responsabilidad al Hombre de la Arena y no, a la incertidumbre intelectual. Enuncia: “La angustia ante los ojos, la angustia de quedar ciego, es un sustituto de la angustia de castración (...) parece natural que un órgano tan precioso como el de la vista esté resguardado por una angustia correlativamente grande”; y continua: “¿Por qué el hombre de la arena aparece todas las veces como perturbador del amor? El nexo entre angustia de castración y los ojos, cobra pleno sentido si se reemplaza el hombre de la arena por el padre temido, de quien se espera la castración”.
Freud convierte a “Edipo rey” de Sófocles en un mito central del psicoanálisis en la medida que representa la renuncia del sujeto la satisfacción de las mociones libidinales más intensas pero incestuosas. Entiende, que el niño renuncia al amor pretendido de su madre para preservar una parte del cuerpo, que está investida de gran valor: su pene. La posibilidad de perderlo, si continúa intentando desplazar al padre en el lugar que éste ocupa junto a la madre, deja su sedimento en el inconsciente; para Freud, el Edipo no es eliminado, sino sepultado.
Hay retornos entonces, de esa vieja posibilidad de pérdida, que Freud nombró “angustia de castración”. Hay diferentes situaciones en las que el sujeto se ve confrontado con ella, en donde la pérdida, la falta, se hace sentir en cuanto tal. Las muñecas de Bellmer, no son otra cosa, que la percepción de la castración en la figuras de esos cuerpos mutilados, carentes de brazos, de ojos, piernas, etc.
En el año 1934, Hans Bellmer construye su primera muñeca del tamaño de un maniquí, con extremidades que pueden articularse y adoptar diversas posiciones. Realiza además fotografías del proceso de creación y las publica como "Die Puppe”,

Publica dieciocho fotografías en la revista francesa Minotaure bajo el título de “Variations sur le montage d’une mineure articulée”. Enseguida las imágenes de la poupée serán reconocidas por su “belleza convulsiva”, y su poder de provocación llegará a todos los rincones de Europa, incluso estará presente en la revista canaria Gaceta de Arte.
La muñeca perturba la calma del sujeto; se presenta con su extrañeza, irrumpe desde la región de lo inerte. Surge por un instante reavivada siniestramente por el artista. Obsceno y provocador, sin frontera clara entre erotismo y pornografía; construirá otras variantes de la poupée y aparecerán publicadas en numerosos dibujos e ilustraciones para libros. Construye mediante madera, metal, pedazos de yeso y juntas esféricas, sus poupées que articulará y posicionará en raras, perversas y eróticas poses, para después fotografiarlas.

Asistimos a figuras siniestras animadas e inanimadas, repeticiones compulsivas, escenas eróticas y traumáticas. Las muñecas de Bellmer evocan directamente tanto al sexo como a la muerte, tanto a lo humano como a lo animal, tanto a lo animado como lo inanimado. Pedazos de cuerpo, cuerpos desorganizados que remiten a la castración. Mutila, contorsiona, construye y sitúa a sus muñecas en espacios específicos para producir en el espectador el sentimiento de lo ominoso.
Freud intentó delimitar el concepto de lo ominoso, volverlo algo diferente a la angustia y el terror. Toma el concepto del filósofo Alemán Schelling, quien definió a “Unheimlich” como una extrañeza inquietante, como aquello que " estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz". Lo ominoso es aquello que debería estar oculto, velado, pero que al presentarse, nos revela una realidad insólita; se trata de algo que debería ser normal o común, pero se vuelve extraño, oscuro.
En una misma palabra, entonces, lo familiar, lo cotidiano; y al mismo tiempo, lo extraño, lo desconocido. El sentimiento de lo ominoso enfrenta al sujeto con algo propio, antiguo, pero de una manera novedosa, en la que aquello asume la forma de algo ajeno, produciendo ese sentimiento de extrañeza tan característico.
¿Con qué enfrenta La poupée al espectador? Desde el psicoanálisis es posible afirmar que tener un cuerpo no es algo que va de suyo. No se nace con un cuerpo, nacemos prematuros, dependientes de un otro que nos sostiene, nos cuida, nos higieniza. El cuerpo, construcción psíquica, emerge con el tiempo. Hasta entonces, la motilidad no está desarrollada y el niño lo siente como una masa imposible de controlar, como si se tratara de una plastilina moldeable e inestable. Ese periodo, queda hundido (reprimido) en nuestro psiquismo, y sólo en ocasiones tenemos reminiscencias de ese momento. Bellmer sabe de ello. Nos enfrenta a es “antes del cuerpo”, que nos es tan conocido, pero tan extraño cuando aparece.
La figura del doble: unica Zürn y Hans Bellmer. TENIR AU FRAIS

Unica Zürn (Berlín, 6 de julio de 1916 - París, 1970), fue una pintora y escritora Alemana. Conoce a Hans Bellmer en un viaje que él realiza a Berlín, en el año 1953. Ella confesará posteriormente que ese encuentro le marcará “el inicio de una existencia al filo de la navaja y abocada hacia la fatalidad”, pero a la vez es una unión estimulante y productiva. Unica Zürn deja Berlín y vivirá con Bellmer en París desde 1955 hasta su muerte. A finales de los 50 deja por un tiempo de usar muñecas como modelos fotográficos y comienza a hacerlo con mujeres reales, como la poeta búlgara Nora Mitrani a la que fotografía obsesivamente sus genitales.
Unica Zürn se convierte en su muñeca. Sobre su cuerpo se aplican tratamientos semejantes a los de las puopée. Fotografía su trabajo y escribe: “Tenir au frais” (consérvese en un lugar fresco). Las imágenes resultan perturbadoras: se plantea nuevamente la confusión si se trata de una muñeca o de un ser vivo, y en otras ocasiones, Bellmer logra que las muñecas se parezcan a ella. Aniquila, de este modo, la separación entre la mujer y la muñeca, como si se tratara de, una el doble de la otra.
Freud trabaja, a partir de la novela “Los elixires del diablo”, de Hoffmann, el fenómeno del doble. Este consiste en producir el sentimiento de extrañeza (ominoso), a partir de la comparación entre dos personas que son idénticas. El ejemplo más conocido es aquel que ocurre cuando vemos nuestra propia imagen en un espejo o reflejada en un vidrio, y no la reconocemos.
Otto Rank, psicoanalista, explicó el origen de este suceso. Para él, el doble no es otra cosa que una garantía de perpetuidad. El doble asegura la eternidad, “es un seguro de supervivencia” ante nuestra mortalidad.

Nos preguntamos: ¿Cómo es que el doble adquiere, entonces, la capacidad de producir el sentimiento de lo ominoso? Para Freud, si el doble es un resguardo contra nuestra aniquilación, entonces, pertenece al periodo narcisista del niño, es decir, aquel momento del desarrollo donde todo el interés (libido), está puesto en él mismo. Sin embargo, tampoco esto es destruido, sino que queda como sedimento en el psiquismo, pudiendo adoptar figuras diferentes a lo largo de la vida. De hecho, con la formación de la conciencia moral, nuestra instancia criticadora que se opone a nosotros mismos, como si se tratara de otro sujeto, no es más que una figura del doble que puede tornarse maligna.
Idea original: Lucas verón. Estudiante de psicología de la UNC
Colaboraciones: Leila Koch. Licenciada en psicología.
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