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“Capitón: lecturas analíticas”, surge de un punto de encuentro entre deseos, que tienen  su anclaje en el psicoanálisis.  El punto de capitoné es un elemento que Jacques Lacan toma de la colchonería: “(…) un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad”.
Punto de capitón, punto de almohadillado, o también, punto de basta; es lo que permite que una frase, hecha de elementos significantes (palabras), cobre sentido por efecto de retroacción. Esto implica que el efecto de significación, el significado, sólo se constituye al finalizar una oración.
Esta página, es nuestro punto de basta.  Nuestro capitón. Orientados por nuestro deseo, un deseo que encuentra diferentes soportes materiales (libros, cine, temas de actualidad, etc.), la escritura constituye el punto de capitonado que re- significa el material leído y analizado; y al mismo tiempo invita a una nueva construcción (sobre lo escrito y lo que ha de escribirse).

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Clavícula: lo que Justifica un psicoanálisis. La resistencia del deseo.

  • Capitón
  • 14 mar 2019
  • 4 Min. de lectura


Clavícula de Marta Sanz, es, ante todo, un libro sobre el cuerpo y su lenguaje. En el transcurso de un vuelo, la autora comienza a oír su cuerpo; siente un dolor que le cuesta ubicar con precisión; y de él, la certeza de que, una enfermedad inevitable ha llegado. El principio del fin.

El cuerpo cobra voz y en ese oír, emerge la convicción de la mortalidad. Se produce un encuentro con lo imposible de comprender, de encadenar en la historia vital de quien habla. El cuerpo se hace oír como si fuera un extraño, y el efecto inmediato, es la angustia. Enfrentar la certeza de la muerte (certeza de la que no somos conscientes a diario), la deja sin defensas, y la confronta a ese vacío de saber que nadie podría explicar.

El libro nos presenta a una mujer atravesando la menopausia, quizás, el verdadero comienzo del malestar. Tal como lo enuncia: “No es mi vida la que me hace infeliz, sino la oscuridad de mi cuerpo”; y más adelante, “El climaterio es un asunto interior y pornografico”. El cuerpo cobra protagonismo trayendo, aparejado, la resignificación de amor y del sexo.

Son los fenómenos que no pueden racionalizarse los que desencadenan la crisis, sobre todo para alguien, que se define como una “bestia demasiado racional que detesta la naturaleza y lo inexorable”, lo imprevisible, lo que no se puede evitar.

El psicoanálisis desde Freud, y siguiendo por J. Lacan, reconoce en la sexualidad y la muerte, un imposible para el sujeto. El encuentro con ese real (que nada tiene de realidad, sino que precisamente señala lo más fuera de ella), supone siempre una invención de respuesta que pone al sujeto a trabajar. Y Marta Sanz lo hace. Comienza a buscar la causa que finalmente explique su malestar acompañada de un miedo que no la deja tranquila: “que no me haya pasado nada”, es decir, que no haya correlato anatomo - biológico para el dolor. La nada es para ella, el nombre que asume la causa psíquica.

El síntoma tiene la característica de una extimidad: algo propio que sin embargo parece otra lengua, otro modo de funcionamiento que no se le parece al sujeto y que sin embargo lo habita. Al pasar las páginas, nos encontramos con lo que los psicoanalistas llamamos “falta de credibilidad en el síntoma”; es decir, esa dificultad para hacernos dueños de nuestro cuerpo y sus hablares; como si sólo se tratara de algo ajeno que se puede positivizar mediante el discurso médico. Esa antigua dificultad de sabernos afectados por las emociones, por la historia que se hereda en el lenguaje; como si solo la herencia genética y biológica hicieran destino. La historia que se cuenta, la que no se cuenta del todo pero se transmite, las palabras que nos esperan, las que no; marcan un destino.

Los síntomas que describe a los médicos que visita, no encajan en la nosografía médica, no encuentran su lugar en el sistema de clasificación de las enfermedades. De cada consulta sale descontenta, con la sensación de no haber sido escuchada, de no haber sido contenida. Siempre hay una descripción que señala el descuido, de que el oyente de turno, no la conoce.

El diagnóstico médico es contundente: “Si te clavara una aguja exactamente en este punto, llegaría limpia al otro lado”. Surge a partir de ello, el auto- diagnóstico, la inevitable consulta en google, ese gran Otro tan característico de nuestra época. La necesidad de pertenecer a una categoría, de encontrar definiciones, de pertenecer a ciertos grupos y desde allí, unirse a otros (facebook, de autoayuda, etc.). El proceso de identificación va desde el alivio, que produce la empatía, hasta la agresión propia de lo imaginario, allí donde no se termina de pertenecer, donde las palabras del otro no son las del sujeto.

Leyendo un artículo que Sanz escribió para un diario de España, encuentro que clavícula nace de la “percepción de que el cuerpo es un texto”, un texto a descifrar, diremos. De hecho, “Garrapata” es el significante que elige para nombrar lo que nadie consigue clasificar. El dolor es una palabra, y como tal, dice algo. Freud pensó al síntoma como un mensaje a descifrar (aún cuando parecía disparatado o totalmente fuera de sentido). También lo comparó con los jeroglíficos. Lacan hará del síntoma un significado cuyo significante está reprimido. Garrapata es el significado de una palabra que permanece oculta para la autora. ¿Dónde situar lo que duele? En la clavícula, que es una zona del cuerpo, pero sobre todo, es un significante; “A nadie le puede doler un esdrújulo, a nadie le puede doler algo con un nombre tan hermoso”.

La opción de consultar con un psicólogo emerge de una conversación con un amigo. Le resulta absurdo tener que pagar para ser escuchada, le parece “inmoral”. Pero hay una razón mucho más poderosa para rechazar fervientemente cualquier posibilidad de analizarse: “no creo que exista en el mundo nadie más listo que yo, al menos en los asuntos que se refieren a mí misma”. Desde el psicoanálisis no caben dudas de que esto es así: el saber está del lado del sujeto y no del analista. Sin embargo, para que haya psicoanálisis posible, es preciso que se instaure lo que Lacan denominó Sujeto Supuesto Saber, es decir, la creencia en que es el analista, quien podrá resolver el jeroglífico que aqueja al sujeto. El sintoma, para tener el estatuto de un sintoma analitico, requiere de la puesta en marcha del dispositivo y de la transferencia.

Pero no todo es tan problemático, queda para la autora una puerta que se abre al final: “El periódico está lleno de buenas noticias que yo no sé interpretar (...)”, comienza el capítulo en el que nos enteramos que ha salido al mercado la pastilla que despierta el deseo femenino. “Han descubierto que no querer- ¿con cualquiera? - ¿a cualquier hora? - es una patología y hay que morirse queriendo”. Imperativo de nuestra época que Lacan no dudo en definir a partir del discurso capitalista: siempre felices, siempre queriendo, siempre funcionando. Y continúa: “pero el deseo no es siempre una compulsión biológica (...) yo no quiero estar funcionando artificialmente”.

¿Qué justifica un psicoanálisis? Un penar de más, enuncia Lacan. Y para la autora, la resistencia. Porque también hay lo que resiste a no entrar en la norma, en la solución para todos. Tenemos lo que no encaja, lo que no puede universalizarse. Hay resistencia, aún, por conservar lo singular, hay deseo.


Leila Koch

Lic. en Psicología. MP: 7261

 
 
 

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