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“Capitón: lecturas analíticas”, surge de un punto de encuentro entre deseos, que tienen  su anclaje en el psicoanálisis.  El punto de capitoné es un elemento que Jacques Lacan toma de la colchonería: “(…) un entrecruzamiento de hilos que por tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos; tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta retroactivo y que se presenta como una unidad”.
Punto de capitón, punto de almohadillado, o también, punto de basta; es lo que permite que una frase, hecha de elementos significantes (palabras), cobre sentido por efecto de retroacción. Esto implica que el efecto de significación, el significado, sólo se constituye al finalizar una oración.
Esta página, es nuestro punto de basta.  Nuestro capitón. Orientados por nuestro deseo, un deseo que encuentra diferentes soportes materiales (libros, cine, temas de actualidad, etc.), la escritura constituye el punto de capitonado que re- significa el material leído y analizado; y al mismo tiempo invita a una nueva construcción (sobre lo escrito y lo que ha de escribirse).

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Autismo: abordaje en la institución y en la clínica. (I)

  • Capitón
  • 17 jul 2020
  • 16 Min. de lectura

La práctica en la institución: un abordaje de la singularidad a partir del tratamiento del Otro. El “Trabajo entre varios”. Presentación de viñeta clínica: autismo


El acercamiento a la institución significó una posibilidad de encuentro con la sorpresa; tanto con lo que el autismo y las psicosis tenían (y aún tienen) de enigmático, como así también con un dispositivo que hasta entonces, no formaba parte del conocimiento de la practicante; pero que sin embargo, despertó el deseo en tanto dispositivo sostenido en el Psicoanálisis de Orientación Lacaniana. Un primer acercamiento desde la curiosidad, desde un deseo de conocer, de abrir interrogantes, más que de concluir. ¿De qué se trata entonces, una institución en la que el Psicoanálisis de Orientación Lacaniana se convierte en la corriente epistemológica o modelo teórico que sustenta el abordaje? El trabajo que se lleva a cabo en la institución, difiere claramente del que se lleva a cabo en el dispositivo analítico, es decir, del psicoanálisis puro, del discurso del analista tal como planteó Lacan. De lo que se trata más bien es de una “variación de la cura tipo”, del psicoanálisis aplicado a la terapéutica y a la clínica médica, tal como lo define Lacan en su Acta de fundación (1964).

Virginia Baio en su artículo L´Antenne, entre la organización y la terapia (1994) enuncia que: una práctica sustentada en el psicoanálisis de orientación lacaniana no supone llevarla a cabo ni por amor, ni por los ideales, ni por curar; sino más bien (…) por las hipótesis del psicoanálisis, para que por un lado nos permita devanar la opacidad de nuestra clínica y por otro, ponerlas a prueba en la clínica misma, caso por caso” (p.10).

Alexandre Stevens sostiene en su texto” El psicoanálisis aplicado”, que habría un anudamiento entre ambos, en tanto “(…) para que una institución esté atravesada por el psicoanálisis, no es suficiente elegir al psicoanálisis como referencia. Hace falta también que quienes trabajan en ella estén atravesados en sí mismos por el psicoanálisis, incluidos sus efectos de intensión”. No hay psicoanálisis aplicado sin los cimientos del psicoanálisis puro; el recorrido de un sujeto por la experiencia analítica permite civilizar el goce, y por lo tanto, llevar a cabo el cálculo clínico no desde la nebulosa del fantasma de cada interviniente, sino desde lo que el trabajo con cada sujeto tiene de particular.

Una institución atravesada por el psicoanálisis, es además, un lugar que se ofrece como sitio de escucha de la singularidad de cada sujeto. La institución sostiene como fundamento de su accionar la particularidad de cada sujeto, oponiéndose así a los ideales, es decir, a un saber que se define a sí mismo como absoluto y al que Lacan llamó discurso del amo. La práctica supone una ética psicoanalítica que hace valer lo singular sobre lo universal, es decir que allí, no hay un “para todos iguales” y por lo tanto, no hay un método que seguir global. A partir de ello, pensar en la finalidad del dispositivo institucional, es pensar en cada quien y no en todos, lo cual implica que no hay objetivos determinados según lo que se espera de un sujeto. Al respecto, Germán García en Clínica de las transformaciones familiares enuncia que “La salud mental después del psicoanálisis de Jacques Lacan enfrenta la regla general con la particularidad del sujeto (…)”.

A partir de un “Vaciamiento del discurso del amo” se da lugar a la invención de cada sujeto a partir de sus propios recursos. La invención se diferencia de la creación en tanto esta última parte de una nada, mientras que la invención supone la creación a partir de materiales existentes. Este modo de abordaje de la singularidad es lo que diferencia claramente a dicha institución (en su modo de trabajo con las psicosis y el autismo), de otros modos. El psicoanálisis sostiene como cuestiones éticas fundamentales, de que se está frente a un sujeto y no frente a un objeto pasivo, por un lado, y por otro, de que no se trata de una adaptación de ese sujeto a ciertas convenciones sociales; hacer del sujeto lo que otros esperan de él silenciando lo que tiene de singular. Que la institución esté atravesada por el psicoanálisis, es entonces, una cuestión ética.

Ahora bien, ¿Cómo se produce este vaciamiento del discurso del amo; esta diferencia radical en el modo de abordaje? El descompletamiento del gran Otro (vaciamiento de saber, para dar lugar a la singularidad, a la posibilidad de escucha de cada sujeto particular), se produce gracias al “trabajo entre varios”, o “practica entre varios”; una puesta en marcha del partenaire pluralizado. Cabe preguntarse en primer lugar entonces: ¿A qué se debe esta puesta en marcha de un partenaire de esta característica? ¿A qué finalidad responde? Tal como sostiene Lacan, la condición del sujeto, su estructura, sea esta neurosis o psicosis, depende de lo que sucede con el gran Otro y por lo tanto, “el sujeto siempre sufre de su relación con el Otro”. La práctica institucional, se constituye como un modo de tratamiento de ese Otro en diferentes niveles: en cuanto al saber (lo que favorece a la construcción del propio sujeto), en cuanto a su demanda, en y por último, en cuanto a su presencia, puesta en marcha de un vacio de saber para dar lugar al deseo, un deseo que permite el encuentro de cada educador con los jóvenes; un modo particular de hacer encuentro. “¿Cuál es entonces el trabajo que se espera de los miembros del equipo en lo concerniente a los niños? Lo que se espera de cada uno de ellos es que haya encuentro. No se espera que hagan de psicólogos o psicoterapeutas. Menos aun de psicoanalistas. El personal no está allí para interpretar lo que fuera. Y menos aun para interpretar en el registro del Otro del deseo. No está allí tampoco para interpretar en el registro del Otro de la demanda. Frecuentemente es la madre, en cuanto que el Otro de la demanda, quien interpreta. Por lo tanto, el personal no está tampoco en el lugar de sustituto de la madre, buena o mala. Y no está allí tampoco para que el niño respete las reglas de vida de la casa. Para eso el personal hace referencia, para ellos mismos y para los niños, al funcionamiento propuesto para la dirección de la casa. Entonces, ¿Qué hace? Respondemos pues con gusto que los miembros del equipo están allí para que haya encuentro. (Di Ciaccia; Baio; p.195)5 . “Entre varios”, por lo tanto, no implica un más de saber por tratarse de un equipo, sino más bien un descompletamiento de saber. Este descompletamiento de saber se produce de diversas formas, generalmente mediante la introducción de un elemento tercero que alivia la tensión propia de la relación dual. Ese elemento tercero se pone en marcha de diversas formas: dirigirse a otro para dirigirse al joven, realizar una sustracción de saber, introducir la palabra de otro en la relación joven-educador, llevar a cabo una actividad en un taller. Además, se observa este descompletamiento en el uso de los espacios: en ellos no hay elementos que establezcan diferencias entre los educadores y los jóvenes que asisten. A sí mismo, esta diferenciación está ausente a nivel del lenguaje. Se trata de” (…) encarnar un partenaire pluralizado en donde cada uno, en posición de analizante (esclarecido/civilizado), permanece descompletado, interrogado por la enseñanza misma de cada encuentro, en una posición de cierta prudencia deseante, de manera de no generar un Otro absoluto, completo.

Autismo

Existe en la actualidad una idea ampliamente aceptada de que el autismo consiste en un desarrollo atípico del sujeto, en un problema del desarrollo. Esta noción está sustentada, principalmente, en el manual de clasificación DSM IV, que ubica al autismo dentro de un grupo general, al que denomina “Trastorno generalizado del desarrollo” (TGD) . Para este sistema de clasificación, el autismo generalmente, va acompañado de un cierto grado de retraso mental. A partir de ello, la propuesta terapéutica es de carácter educativo, sostenida en tres herramientas: la teoría conductual, la del aprendizaje y la teoría de la mente. Este trípode constituye lo que se denomina “sistema de aprendizaje sin error”, y plantea como objetivos centrales elevar al máximo las potencialidades del sujeto, como así también desarrollar mejoras en la comunicación, interacción y comportamientos. Esto no, sin la presencia de un equipo multiprofesional que “abarque al sujeto en su totalidad”. En conclusión, si el autismo se define principalmente como un desorden, como una desviación de la norma (dando cuenta de ello con la palabra “atípico”), la finalidad será, a partir de diferentes procedimientos, volver a reintegrar al sujeto a los modelos sociales entendidos como “normales”

¿Cómo pensar al autismo a partir de Lacan? ¿Por qué desde el psicoanálisis de Orientación lacaniana se sostiene una institución en la que el tratamiento del Otro y el abordaje de la singularidad resultan cuestiones fundamentales? A partir de Freud, y luego con Lacan, las psicosis no constituyen un déficit, sino una manera particular del sujeto de responder frente al goce; una posición del sujeto frente la castración (acción de lo simbólico). Con Lacan, las psicosis no encuentran su explicación en la relación del sujeto con el objeto, ni como anormalidad o déficit del desarrollo; sino más bien, en una perturbación de la relación del sujeto con el Otro. Lacan habló muy poco de autismo, pero en sus elaboraciones no aparece ninguna diferenciación del autismo como síntoma o como fuera de la estructura. En el psicoanálisis de Orientación lacaniana las psicosis, y el autismo como una forma de ellas, son producto de un accidente simbólico que Lacan denomina Forclusión del Nombre-del Padre. La forclusión da cuenta del rechazo de un significante primordial, de un agujero, una falla, que recae sobre el significante Nombre del Padre, que impide que se lleve a cabo la metáfora paterna y, consecuentemente, la significación fálica. Si el Nombre-del Padre es “(…) el significante que permite a cada uno sostener y mantener su entorno, su mundo, es que se explica el desorden de la psicosis y la perturbación de la relación a la realidad en la misma, o sea, se produce la forclusión” (Errecondo, 1991; p.6). Lacan le otorgó al significante Nombre del Padre, (en lo que podría denominarse su primera enseñanza), una función central (en tanto ordenador que impide la invasión de goce desde lo real, lo regula, lo negativiza), en la lectura que hace del complejo de Edipo freudiano. Lacan divide al Edipo en tres tiempos lógicos: En el primer tiempo, el niño se identifica con el objeto de deseo de la madre (goce si ley): el falo. El primer tiempo no es una estructura de a dos, sino de tres: niño- madre- falo, regidos por una ley omnipotente, incontrolada: la ley de la madre. El segundo tiempo, es el de la inauguración de la simbolización mediante la introducción de un elemento tercero, más allá de la ley materna: la función del significante del Nombre- del- Padre que anuda el deseo de la madre a la ley paterna. El tercer tiempo, corresponde con el declive del complejo de Edipo, en el que el niño pasa de ser el falo de la madre a la problemática de tenerlo; el padre se ofrece como referente de identificación a nivel del ideal del yo. Entonces, si bien el autismo se caracteriza por la forclusión, tal como en las psicosis (esquizofrenia y paranoia), es conveniente elucidar de que se trata esta forclusión en el autismo. Al respecto, Rosine y Robert Lefort en su texto A propósito del autismo, establecen que “(…) la forclusión del Nombre-del-Padre es total en el autismo, más aún que en la psicosis, pues se apoya no solo sobre un mal encuentro del sujeto (…), sino que está ausencia está confirmada por la posición materna (…) una ausencia completada por una madre que no ha sabido a quién dirigir su hijo”. Esta cuestión introduce una nueva manera de concebir a la función del Nombre del-Padre, función esta que por sí sola, no es suficiente para dar cuenta de la constitución de las neurosis o psicosis. Tal como lo enuncia Miller en su texto El niño entre la mujer y la madre, “(…) no es sólo la función del padre, cuya incidencia sobre el Deseo de la Madre es, sin duda, necesaria para permitir al sujeto un acceso normalizado a su posición sexuada (…) Es preciso, además, que para ella el niño no sature la falta en que sostiene su deseo (…) Hay una condición de no- todo: que el deseo de la madre diverja y sea llamado por un hombre. Y esto exige que el padre sea también un hombre”. Si esto no ocurre, el niño ocupa el lugar de objeto en el fantasma materno, suturando la falta en la madre; en el lugar del deseo en la madre. Esta vertiente pone de relieve entonces “(…) la dimensión de deseante de la madre destacando de este modo lo que ella es como mujer (…) es cómo desea la madre como mujer y el padre cómo hombre (…)”. (Salman, 2003). A sí mismo, cabe formular un interrogante en cuanto al retorno de goce en el autismo (producto de la forclusión del Nombre-del-padre): ¿Qué tiene de específico, si a partir de Lacan, el goce retorna en el Otro en la paranoia, y en el cuerpo en la esquizofrenia? Al respecto, es preciso determinar el estatuto del cuerpo en el autismo; caracterizado por una regresión tópica al estadio del espejo. El “accidente simbólico”, repercute en lo imaginario en tanto no se produce un vaciamiento de goce, que permite la constitución de los bordes del cuerpo, del espacio y del tiempo. El goce retorna entonces de diversas maneras: ya sea en una conducta estereotipada que el sujeto repite de manera inerte; ya sea, en los estados de agitación que puede presentar contra sí mismo o contra quien se encuentra. Entonces, ¿Cuál es el estatuto del Otro en el autismo? Tal como ya ha sido enunciado, el autista queda como objeto del Otro, porque la función del padre no lo separa de su Otro primordial; no se ha producido el pasaje de objeto a sujeto. El Otro es para el autista, un Otro gozoso, invasor, que goza de él a su antojo. Por ello es también posible comprender, porqué para Lacan las psicosis se caracterizan por estar dentro del lenguaje, aunque fuera del discurso. El sujeto autista está tomado por el lenguaje, “Ya que, ¿Cómo no ver que eso de lo que sufre el pequeño sujeto psicótico no es un bloqueo sobre la vía de la humanización, sino más bien un exceso (…) sin límites, de la toma sobre el viviente de la dimensión que lo especifica como humano (…) una toma absoluta en la dimensión del Otro?” (Zenoni). El autista, está en el lenguaje, pero inmovilizado; ocupa una posición de objeto condensador de goce, más que de sujeto del significante. En el autismo, tal como lo formula Di Ciaccia, se absolutiza la posición del Otro del lenguaje, que coincide con el Otro mortífero, y por lo tanto, el sujeto no se vincula con el Otro pacificador de la palabra. A partir de ello, el sujeto autista pone en funcionamiento diversos recursos para defenderse de este Otro amenazador. Es factible pensar entonces, que las conductas estereotipadas, la rigidez en los movimientos, la evitación de la mirada, etc., no implican desde la lectura que se realiza a partir de Lacan, que el Otro no está presente para el autista. Lo primero entonces, es que el Otro está, que es amenazador, y que el sujeto pone en funcionamiento modos de tratamiento de ese Otro. Podrían pensarse en cuatro modalidades posibles del tratamiento del Otro en el autismo; cuatro modalidades que asumen su carácter singular según el sujeto del que se trate:

1. Introduciendo un orden: un orden que está ausente a partir de la falta del significante ordenador por excelencia. Cualquier cambio en el Otro, es una amenaza para el sujeto.

2. Introduciendo un menos en el cuerpo: como una forma de regular el goce. Con ello aparecen, por ejemplo, las automutilaciones.

3. A partir de un órgano suplementario: consiste en la elección de un objeto entre otros, “electivamente erotizado” que cumple la función de semblante y permite, mediante su tratamiento, una elaboración metonímica.

4. A partir de la elaboración delirante: que cumple la función de punto de almohadillado; un saber construido que se aproxima al estatuto del fantasma en la neurosis. A sí mismo, el autista realiza un tratamiento de los objetos que presentifican el deseo (mirada y voz), y la demanda del Otro (comida y excrementos). En lo que respecta a la mirada, algunos la evita, otros la mantienen fija. En cuanto a la voz, hay diferentes tratamientos: algunos parecen no escuchar la voz del Otro que les habla, algunos no la utilizan, y están aquellos que aún utilizándola no tiene un fin de intercambio con el Otro (por ejemplo, la ecolalia). La comida recibe también, su tratamiento particular: algunos no se alimentan si no está la presencia del Otro y otros sujetos, no comen si el Otro demanda demasiado. Lo mismo ocurre con los excrementos. Lo fundamental entonces, es que en relación con los objetos, el sujeto autista introduce su propio tratamiento, una manera de reglar al Otro peligroso para él.


Viñeta clínica: Caso “M”.

M ingresa a la institución con un diagnóstico de Síndrome de Down, autismo y discapacidad permanente. Su certificado de discapacidad establece su diagnóstico como Síndrome de Down, retraso mental y trastorno autista. La institución se ofrece como un sitio del cual M pueda servirse para elaborar diferentes modalidades de tratamiento del Otro y de su propio cuerpo, para favorecer el lazo social. Una escucha de la singularidad que vas más allá de los diagnósticos construidos a partir de una lista de síntomas, que etiquetan al sujeto en una posición cerrada y absoluta. Se abre entonces, la posibilidad de interrogar la posición del sujeto en la estructura, su modo de construcción, su modo de tratamiento del Otro.

M ingresa todas las mañanas con una cuchara a la que le aplica una pulsación temporal acompañada de un balbuceo rítmico. Hay en M, entonces un modo ya de tratamiento del Otro a partir de un órgano suplementario al que le aplica una pulsación. Una pulsación que acompaña el movimiento de la cuchara con sus pasos, con un vaivén de sus pies de un lugar a otro. Desde el comienzo observo que el sujeto no se desplaza por el espacio y que en los talleres y actividades está presente pero sin participar de los mismos, y sin que se le dirija demasiada atención. M está presente, pero sumergido en una ausencia en la que no se le dirige la voz, ni la mirada, excepto para invitarlo a participar en los talleres (invitaciones no dirigidas) y en el horario del almuerzo. Mi encuentro con M se produce a partir de las horas del almuerzo. Durante ellas, mi contacto con el joven consistió en cortarle la comida, a veces le daba de comer cuando se resistía a hacerlo por sus propios medios; otras veces respondía con una total indiferencia, evitando que mi comportamiento con él se volviera rutinario y amenazante. Luego de un tiempo comencé a trabajar con él. Mediante la cuchara (él la sostenía de una punta y yo de la otra), movíamos nuestros cuerpos al ritmo de la música, en algunas ocasiones, mientras que en otras lo hacíamos al ritmo que el proponía con su balbuceo. M se volvió visible para mí. Lo buscaba para llevarlo a los talleres, a veces proponiendo una invitación a nivel verbal, otras veces mediante la cuchara y sin emitir sonido, otras tantas sin decir nada o usando distintos tonos de voz (invitaciones cordiales, que funcionaron en algunas ocasiones, es decir que él no ponía su cuerpo rígido ni se rehusaba al contacto; otras veces sin invitación previa y a modo de “todos estamos en el taller, vos podrías también participar”).

El uso de la cuchara como mediador entre los dos, se volvió cada vez más notorio. Bailábamos en el taller de música con la cuchara en el medio de los dos cuerpos, y si yo emitía palabra, M se distanciaba de mí (giraba su cuerpo, evitaba la mirada, comenzaba a hacer un sonido cada vez más fuerte y su cuerpo se ponía rígido). Me limité a imitar sus sonidos, a los movimientos que él realizaba con su cuerpo. A marcar y seguir sus modos. La cuchara, pasó de ser un mediador a ser un objeto de intercambio: podía tenerla yo o bien él; siempre y cuando yo imitara sus movimientos y sonidos. Un día durante el taller de música, tomé un tubo de cartón y se lo ofrecí a M sin mediar palabra de por medio, tan solo extendí mi mano y se lo ofrecí. M lo tomó, hicimos el mismo juego con ambos objetos, hasta que M arrojó la cuchara. Desde ese día M abandonó la cuchara, se produjo un cambio de objeto. Suceso significante en tanto permite pensar en una posible metonimia, en un trabajo simbólico por parte del sujeto para regular el Otro. Además es un objeto propuesto por Otro el que ahora M acepta. Pero también, a partir de allí, M se volvió visible, se hizo escuchar en la institución. Al tubo se le aplicaban diferentes tratamientos por distintos intervinientes y educadores (se lo decoró, se lo pintó, se le colocó objetos para que haga ruido, etc.). Diversos intervinientes comenzaron a trabajar con M; y M por su parte manipulaba al objeto de diversas formas (lo arrojaba, metía sus dedos en él, lo golpeaba contra la mesa, etc.). Luego de un tiempo M comenzó a replegarse sobre sí mismo. Dejó de estar dócil al contacto y de alimentarse por sus propios medios. Volvió a mostrar un rechazo hacia la presencia del Otro, ya sea con su mirada, con su voz, M ahora lo rechazaba. Giraba su cuerpo, evitaba la mirada, comenzó nuevamente a emitir sonidos fuertes ante la presencia de un interviniente o educador. Observé también, que no toleraba ningún tipo de contacto que no sea tal como él lo proponía. Con respecto al tubo, ya no era un medio de contacto, una forma de lazo, sino que rechazaba compartirlo; no lo arrojaba y dejo de manipularlo. Mis interrogantes son: ¿el repliegue de M es un efecto, ahora, de una demanda incontrolada sobre él? ¿De una expectativa desmesurada en cuanto al uso que el joven hace del objeto? ¿Es su negación al contacto una manera de defenderse del Otro, ahora atento a él? O bien ¿los cuidados que se han tenido en el contacto con M para no representar su Otro peligroso, nos convirtió en ese Otro? Interrogantes a pensar, a construir y de-construir en la práctica diaria, en el encuentro con el mismo sujeto, en el encuentro de cada interviniente con el joven.


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